Fallaron quienes están obligados a
cuidar de vidas e integridad de personas, y de bienes, en las instalaciones
burocráticas de esa torre. 38 muertos, cientos de heridos, y pérdidas
materiales millonarias, hasta el momento de escribir estas líneas, son el
resultado de su incapacidad, lo que mengua, aún más, la confianza pública en el
gobierno.
La labor de rescate, al parecer, ha sido
buena. En ella han intervenido especialistas, voluntarios y vecinos, quienes
merecen reconocimiento.
Se ha publicitado, de manera remarcada,
la atención al caso del Presidente Enrique Peña Nieto, de las autoridades
federales competentes a la especie, y de las del Distrito Federal. Se decretó,
según notas periodísticas, un duelo nacional por tres días; pero el retraso en
resultados de la investigación generó especulaciones peligrosas.
Empero, el lamentable hecho amerita algo
más, tanto por las pérdidas de vidas y bienes como porque la principal fuente
de ingresos para los mexicanos se encuentra en el recurso manejado por
Petróleos Mexicanos, dependencia descentralizada del Poder Ejecutivo Federal.
Es tiempo de replantearnos con toda
responsabilidad, como pueblo, cuál es la mejor forma de reorganizar a PEMEX en
este tiempo. Esta decisión no debe ser de un puñado de políticos poderosos ni
de algunas familias multimillonarias, menos de gobiernos extranjeros ni de
transnacionales.
Ni la plutocracia ni la autocracia,
internacional o mexicana, deben decidir en esa materia energética. Tampoco
debemos caer en el tragicómico garlito de la demagogia irresponsable de que
decidan las masas, tan volubles como manejables por vividores conocidos, y
reconocidos.
Nadie desea que PEMEX se privatice. Al
menos así lo expresan en palabras desde el Presidente de México hasta las voces
opositoras de cualquier signo. Nuestra Carta Magna es clara en sus artículos 27
y 28: "Corresponde a la Nación el dominio directo del... petróleo y todos
los carburos de hidrógeno sólidos, líquidos y gaseosos... Tratándose del
petróleo y de los carburos de hidrógeno sólidos, líquidos o gaseosos... no se
otorgarán concesiones ni contratos, ni subsistirán los que en su caso se hayan
otorgado y la Nación llevará la explotación de esos productos... No
constituirán monopolios las funciones que el Estado ejerza de manera exclusiva
en... petróleo y los demás hidrocarburos; petroquímica básica..."
Con irrestricto respeto a esas reglas,
los capitales nacionales o internacionales pueden participar, cuidando siempre
que las ganancias para México sean dignas, y apropiadas al dueño de esa
riqueza; y que las ganancias privadas no sean desmedidas.
PEMEX y la industria petrolera de
nuestro país no deben ser simples chupadoras de hidrocarburos, que vendan
barato nuestro petróleo, y compren caros los derivados al extranjero, debiendo
neutralizar a la corrupción gubernativa, patronal, y sindical.
No intercambiemos petróleo por
automóviles, que es la nueva versión del viejo trueque de oro por espejitos.