miércoles, 6 de febrero de 2013

Rediseñar a Pemex DAMOS ORO; NOS DAN ESPEJITOS

        La reciente explosión en oficinas administrativas de PEMEX, independientemente de la causa, revela descuido por parte de quienes tienen el deber de garantizar su seguridad.
        Fallaron quienes están obligados a cuidar de vidas e integridad de personas, y de bienes, en las instalaciones burocráticas de esa torre. 38 muertos, cientos de heridos, y pérdidas materiales millonarias, hasta el momento de escribir estas líneas, son el resultado de su incapacidad, lo que mengua, aún más, la confianza pública en el gobierno.
        La labor de rescate, al parecer, ha sido buena. En ella han intervenido especialistas, voluntarios y vecinos, quienes merecen reconocimiento.
        Se ha publicitado, de manera remarcada, la atención al caso del Presidente Enrique Peña Nieto, de las autoridades federales competentes a la especie, y de las del Distrito Federal. Se decretó, según notas periodísticas, un duelo nacional por tres días; pero el retraso en resultados de la investigación generó especulaciones peligrosas.
        Empero, el lamentable hecho amerita algo más, tanto por las pérdidas de vidas y bienes como porque la principal fuente de ingresos para los mexicanos se encuentra en el recurso manejado por Petróleos Mexicanos, dependencia descentralizada del Poder Ejecutivo Federal.
        Es tiempo de replantearnos con toda responsabilidad, como pueblo, cuál es la mejor forma de reorganizar a PEMEX en este tiempo. Esta decisión no debe ser de un puñado de políticos poderosos ni de algunas familias multimillonarias, menos de gobiernos extranjeros ni de transnacionales.
        Ni la plutocracia ni la autocracia, internacional o mexicana, deben decidir en esa materia energética. Tampoco debemos caer en el tragicómico garlito de la demagogia irresponsable de que decidan las masas, tan volubles como manejables por vividores conocidos, y reconocidos.
        Nadie desea que PEMEX se privatice. Al menos así lo expresan en palabras desde el Presidente de México hasta las voces opositoras de cualquier signo. Nuestra Carta Magna es clara en sus artículos 27 y 28: "Corresponde a la Nación el dominio directo del... petróleo y todos los carburos de hidrógeno sólidos, líquidos y gaseosos... Tratándose del petróleo y de los carburos de hidrógeno sólidos, líquidos o gaseosos... no se otorgarán concesiones ni contratos, ni subsistirán los que en su caso se hayan otorgado y la Nación llevará la explotación de esos productos... No constituirán monopolios las funciones que el Estado ejerza de manera exclusiva en... petróleo y los demás hidrocarburos; petroquímica básica..."
        Con irrestricto respeto a esas reglas, los capitales nacionales o internacionales pueden participar, cuidando siempre que las ganancias para México sean dignas, y apropiadas al dueño de esa riqueza; y que las ganancias privadas no sean desmedidas.
        PEMEX y la industria petrolera de nuestro país no deben ser simples chupadoras de hidrocarburos, que vendan barato nuestro petróleo, y compren caros los derivados al extranjero, debiendo neutralizar a la corrupción gubernativa, patronal, y sindical.
        No intercambiemos petróleo por automóviles, que es la nueva versión del viejo trueque de oro por espejitos.