La realidad
es dolorosa, pero es la realidad. Es difícil matar a 60 mil personas y
desaparecer a cerca de 100 mil, pero es imposible no recordarlas y borrar su
muerte de la memoria colectiva, y en el recuerdo de cada uno de nosotros.
Pareciera
que los mexicanos no hemos aprendido de nuestra historia, o que no se nos ha
fomentado la cultura de procesar adecuadamente nuestros registros históricos
como herramientas eficaces que nos auxilien a resolver nuestros problemas
presentes.
Empero, la
realidad es que resulta más fácil solucionar los problemas de narcotráfico y
del crimen organizado con cultura y educación, que con balazos y fuerzas
armadas.
Lástima que
el gobierno federal se equivocara de inicio, violando nuestra Carta Magna
flagrantemente; y, ahora, debemos todos partir de lo que es, y no de lo que
fue, para los efectos concretos de ir motivando correcciones en tan delicado
problema.
La violencia
generada por una guerra es brutal, y nunca es el remedio para la naturaleza de
un crimen organizado y de narcotráfico de origen y desarrollo internacional.
Fuentes
esenciales de este mal se encuentran allende de nuestras fronteras, y huelen a
gringo. La raíz siempre se negará a la destrucción de sus propios frutos,
semillas naturales de sus remplazos. Su necesidad imperiosa de estas
ilegalidades la conduce al cinismo de una ética de varios rostros.
México debe pronto tomar el camino eficaz de su propio derecho, la de su
aplicación correcta y justa, con el ejercicio coercitivo contundente de su
sistema normativo, a la vista de toda la sociedad, y con su informada
participación.
Debemos saber que la rectificación no es fácil, pero no es imposible y,
en cambio, resulta indispensable. En las autoridades próximas que ejerzan las
atribuciones del Estado, representado por el gobierno, debe haber honestidad,
firmeza, y capacidad.
En el pueblo debe haber conciencia y decisión, confianza y apoyo. La
sociedad mexicana está deseosa de participar en grandes decisiones que la
conduzcan a remediar sus males, motivados por los malos gobiernos.
Y la cultura puede auxiliar eficientemente en esa histórica tarea. Es
obvio que sola no podrá hacer tanto ni podrá provocar resultados rápidos e
inmediatos, pero con la armónica conjunción de otros instrumentos proporcionará
arreglos satisfactorios.
Es claro que de la cultura que hablo no es la de las simples artes de las
exquisitas clases pudientes de nuestro país, la cual, por respetable que sea,
no funcionaría cabalmente para el fin propuesto.
Estoy hablando de la cultura para todo y para todos. Me refiero a la
cultura como una aptitud individuo social de todo ser humano, y a los productos
socio-individuales de esa aptitud.
Se trata de cultivar lo mismo nuestro cuerpo que nuestro cerebro al
máximo, y de la manera mejor calificada conforme a un proyecto
nacional que tenga sólidas bases de solidaridad internacional, orientado en el
mejor humanismo de nuestro tiempo.
Claro, cultura para la paz, y no para la guerra. Cultivemos nuestros
valores. Reflexionemos, nunca es demasiado tarde.