lunes, 21 de febrero de 2011

CRECIMIENTO SIN RUMBO

Amontonamiento Humano
CRECIMIENTO SIN RUMBO                                                                             
            La política poblacional del mundo se encuentra enredada en los intereses de las cuadrículas nacionales del planeta, mientras que la de México ha respondido, por lo general, a los dictado del gobierno estadunidense.
            Hoy quiero tocar algunos puntos de interés en relación al asunto de la población, para dejar descansar al amable lector de los temas políticos electorales y económicos, que cada día adquieren un olor más fétido.
            Comenzaré hablando de un simple comerciante en telas, sin formación profesional ni científica de ninguna especie, holandés, de rostro apacible y de abundante cabellera ensortijada. Su nombre fue Antón van Leeuwenhoek, (1632-1723)
            Huérfano de padre a los 6 años, y de padrastro a los 16, su madre lo envió como aprendiz a un comercio de telas en Ámsterdam. Con su amo y maestro, el señor Vermeer, observó por primera ocasión la calidad de las telas a través de una lupa.
            A partir de ahí, le llamó tanto la atención aquel pequeño cristal que aumentaba el tamaño de las cosas, que dedicó sus tiempos libres a investigar de qué, cómo, y dónde se hacían aquellos instrumentos para ver más grande lo pequeño.
            Y toda su vida la pasó, después de su trabajo ordinario como pañero, empleado del gobierno de su ciudad, tenedor de libros, agrimensor, y dueño de su propia tienda de telas, fabricando mejores y más potentes aparatos para ver lo que a simple vista no se observaba.
            Científicos y jefes de Estado lo visitaron en su taller, para mirar con sus propios ojos a través de aquellos cristales que Antón producía, y curiosear a los llamados “animalúnculos” que se divisaban con aquellos aparatos.
            En una gota de agua, de vino, de semen humano, se veían bichos que no se podía percibir con el cotidiano ejercicio de los ojos humanos. El agua la llevaban otro, el vino también, el semen lo ponía él mismo.
            Su gran orgullo era el ser miembro de la Royal Society de Londres, institución a la que le comunicaba todas sus pesquisas, y los resultados de ellas. Obvio que le faltaba escuela a Antón, pero le sobraba reconcomio y vida.
            Para Leeuwenhoek ya había en los países bajos de su tiempo una peligrosa sobrepoblación, cercana a un millón de personas a principios del siglo XVIII, en una extensión territorial de poco más de 30 mil kilómetros cuadrados.
            Y, curiosamente, este holandés, con sus conocimientos e inquietudes generados por sus pasatiempos, es el primer hombre que se hizo la pregunta: ¿cuántos seres humanos caben en las tierras del planeta?
            Y con la ayuda de sus mapas, su información de la geometría esférica, y lo que él visualizaba en Holanda, calculó que le cabrían 13,385 millones de seres humanos.
            Hoy, en este año 2011, según el trabajo de Robert Kunsig que ha publicado la revista National Geographic, llegaremos a ser 7 mil millones de personas en todo el globo terráqueo, lo cual nos pone a más de la mitad del camino trazado por ese holandés que comerciaba con telas.
            En realidad, lo peligroso no sólo se encuentra en la cantidad, sino en la baja calidad con que poblamos. Uno es el efecto cuantitativo, o sea el simple amontonamiento humano que dejaría a la Tierra sin lugar de respiro y, lo otro, es un crecimiento sin rumbo en lo educativo y cultural, que ha generado la baja calidad humana.