miércoles, 17 de diciembre de 2014

Para la América Mexicana
¡LIBERTAD!, HOY Y SIEMPRE
        Todos los hombres somos mortales. José María Morelos y Pavón fue un gran hombre. Luego el señor Morelos, tarde o temprano, tenía que morir.
        Y murió fusilado a las seis de la mañana del 22 de diciembre del año 1815, en San Cristóbal Ecatepec; pero no propiamente por el silogismo expuesto en el párrafo anterior, sino por haber pensado, dicho, y hecho, todo lo que en su conciencia creía que era bueno para lograr la independencia, la libertad, la abolición de castas, de nuestra América Mexicana.
        Para ello luchó con las armas, pero sobre todo con normas jurídicas. Sacrificó su vida por una causa legislativa a favor de su sueño. Él mismo confesó que era el día más feliz de su vida ese 22 de octubre de 1814 en que se sancionó, en la población de Apatzingán por el Congreso, el Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana.
        Visto con objetividad, la mayoría de los miembros de ese Congreso de Anáhuac recibieron el cargo de diputados por la decisión personal de Morelos y, a la postre, el grupo de su hechura lo maniató en el ejercicio del mando. Y Morelos pudo haberlos mandado a volar, pero su institucionalidad mesurada y humilde lo condujo a obedecerlos.
        Políticamente fue un error; éticamente fue un acierto. Estas confrontas integran las realidades contradictorias de todo ser humano.
        Algo digno de pensarse es que, sancionada la Constitución de Apatzingán, aproximadamente sólo una cuarta parte del territorio poblado de la Nueva España se encontraba dominada por los insurgentes; y las tres cuartas partes restantes, espacio sometido a los españoles, carecían de medios para conocer sobre la existencia de ese Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana.
        Así que el Virrey Félix María Calleja tuvo conocimiento de ese documento constitucional rebelde hasta el mes de mayo del 1815 y, en principio, lo observó con soberbia, altivez, y desprecio; empero, algunos de sus consejeros le hicieron meditar para que no lo valorara exclusivamente desde la simple perspectiva militar, sino que lo comprendiera desde sus ángulos políticos.
        Eso lo condujo a dar cuenta de ese decreto insurgente a la Audiencia, la que dictaminó el 17 de mayo del 1815 sobre los alcances y gravedad del caso.
        Con base en ese dictamen Calleja expidió un bando el 25 de mayo de 1815, a través del cual ordenaba que ese mismo día en la Plaza Mayor se quemasen: un ejemplar de esa Constitución de Apatzingán, junto con varios papeles que se les habían incautado a los insurgentes, documentos que obraban en manos de algunos comandantes militares.
        De esa manera se llevaron a la hoguera a un sin fin de documentos insurgentes, tanto en la Ciudad de México como en algunas capitales de las provincias de la colonia.
        Ni así pudieron parar la libertad para la América Mexicana, magnífico nombre que pensaba ponerle a nuestro país.