lunes, 21 de abril de 2014

Las letras de luto
MUERTE DEL PATRIARCA
        Muchos de los grandes escritores latinoamericanos del siglo XX escribieron, noveladamente, sobre el origen, la vida y la muerte de los dictadores de la América Latina.
        El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias (1946), Maten al león de Jorge Ibargüengoitia (1969), Yo el Supremo de Augusto Roa Bastos (1972), El recurso del método de Alejo Carpentier (1974), El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez (1975), y La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa (2000).
        Ahí encontramos tres premios nobel: Miguel Ángel, Gabriel, y  Mario; y, todos ellos tuvieron como antecedentes histórico literarios al argentino Domingo Faustino Sarmiento, con su obra Facundo (1845); y al español Ramón del Valle-Inclán, con su libro Tirano Banderas (1926).
        En la obra de García Márquez el dictador "solo después de las once conseguía sobreponerse a la zozobra del amanecer y se enfrentaba a los azares de la realidad", y en Patricio Aragonés, un hombre idéntico a él, encontró mayores márgenes de seguridad personal y, antes de morir ese doble perfecto conversó con él, única persona que le habló con verdad; para después de muerto su duplicado, ser testigo de las desfavorables opiniones que se tenían sobre él frente a su supuesto cadáver, lo que le permitió asesinar con mayor facilidad y certeza a sus enemigos.
        Si Gabriel García Márquez, antípoda de ese patriarca sanguinario, hubiese tenido la ocurrencia realista y mágica de tener un doble que hubiera recién muerto, nuestro Premio Nobel 1982 sería testigo de las opiniones que ha suscitado su fallecimiento. Las favorables, una mayoría abrumadora, consistentes en lugares comunes, repetitivos, y desgastados. Las desfavorables por igual, sin nuevas aportaciones, monótonas y machaconas.
        Posiblemente presagió, lustros atrás, esta realidad mediana de nuestro tiempo y, por ello, aportó recursos personales para mejorar la calidad de los escritores.
        En El coronel no tiene quien le escriba, el ameritado novelista hace decir al coronel: "La vida es la cosa mejor que se ha inventado", mientras que al administrador de correos le pone en boca: "Lo único que llega con seguridad es la muerte, coronel".
        Y en relación a eso de la muerte, en la Memoria de mis putas tristes el escritor indica a través de su personaje que: "Vivo en una casa colonial... donde vivieron y murieron mis padres, y en donde me he propuesto morir solo, en la misma cama en que nací y en un día que deseo lejano y sin dolor".
        En el prólogo de Doce cuentos peregrinos nos confiesa García Márquez: "Soñé que asistía a mi propio entierro, a pie, caminando entre un grupo de amigos vestidos de luto solemne, pero con un ánimo de fiesta. Todos parecían dichosos de estar juntos. Yo más que nadie... Al final... cuando empezaron a irse, yo intenté acompañarlos, pero uno de ellos me hizo ver... 'Eres el único que no puede irse...' Entonces comprendí que morir es no estar más con los amigos."