Las letras de luto
MUERTE DEL PATRIARCA
Muchos
de los grandes escritores latinoamericanos del siglo XX escribieron,
noveladamente, sobre el origen, la vida y la muerte de los dictadores de la
América Latina.
El Señor Presidente de Miguel Ángel
Asturias (1946), Maten al león de
Jorge Ibargüengoitia (1969), Yo el
Supremo de Augusto Roa Bastos (1972), El
recurso del método de Alejo Carpentier (1974), El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez (1975), y La fiesta del chivo de Mario Vargas
Llosa (2000).
Ahí
encontramos tres premios nobel: Miguel Ángel, Gabriel, y Mario; y, todos ellos tuvieron como
antecedentes histórico literarios al argentino Domingo Faustino Sarmiento, con
su obra Facundo (1845); y al español
Ramón del Valle-Inclán, con su libro Tirano
Banderas (1926).
En
la obra de García Márquez el dictador "solo después de las once conseguía
sobreponerse a la zozobra del amanecer y se enfrentaba a los azares de la
realidad", y en Patricio Aragonés, un hombre idéntico a él, encontró
mayores márgenes de seguridad personal y, antes de morir ese doble perfecto
conversó con él, única persona que le habló con verdad; para después de muerto
su duplicado, ser testigo de las desfavorables opiniones que se tenían sobre él
frente a su supuesto cadáver, lo que le permitió asesinar con mayor facilidad y
certeza a sus enemigos.
Si
Gabriel García Márquez, antípoda de ese patriarca sanguinario, hubiese tenido
la ocurrencia realista y mágica de tener un doble que hubiera recién muerto,
nuestro Premio Nobel 1982 sería testigo de las opiniones que ha suscitado su
fallecimiento. Las favorables, una mayoría abrumadora, consistentes en lugares
comunes, repetitivos, y desgastados. Las desfavorables por igual, sin nuevas
aportaciones, monótonas y machaconas.
Posiblemente
presagió, lustros atrás, esta realidad mediana de nuestro tiempo y, por ello,
aportó recursos personales para mejorar la calidad de los escritores.
En
El coronel no tiene quien le escriba,
el ameritado novelista hace decir al coronel: "La vida es la cosa mejor
que se ha inventado", mientras que al administrador de correos le pone en
boca: "Lo único que llega con seguridad es la muerte, coronel".
Y
en relación a eso de la muerte, en la Memoria
de mis putas tristes el escritor indica a través de su personaje que:
"Vivo en una casa colonial... donde vivieron y murieron mis padres, y en
donde me he propuesto morir solo, en la misma cama en que nací y en un día que
deseo lejano y sin dolor".
En
el prólogo de Doce cuentos peregrinos
nos confiesa García Márquez: "Soñé que asistía a mi propio entierro, a
pie, caminando entre un grupo de amigos vestidos de luto solemne, pero con un
ánimo de fiesta. Todos parecían dichosos de estar juntos. Yo más que nadie...
Al final... cuando empezaron a irse, yo intenté acompañarlos, pero uno de ellos
me hizo ver... 'Eres el único que no puede irse...' Entonces comprendí que
morir es no estar más con los amigos."