Sistema que crea
delincuentes
CASTIGANDO A LOS
POBRES
Tomo, para el inicio de este artículo,
la veraz y puntillosa aseveración de Beatriz Pagés en su editorial próximo
anterior de la revista Siempre!: "En Michoacán se decide el futuro del
Estado mexicano... La esperanza que ha despertado en la ciudadanía la
estrategia integral de seguridad y desarrollo, implementada por el gobierno
federal en la entidad, tiene que tener sólidos anclajes en la realidad para
evitar que se evapore... Está en juego la estabilidad del país, el futuro del
Estado mexicano y el éxito de este gobierno".
Sin más, Beatriz ha puesto el dedo en la
llaga respecto a la importancia de asunto. El grave problema, y su actual
tratamiento, son de importancia vital, sin lugar a trivialidades.
Obvio, la mayoría de los mexicanos
deseamos que en Michoacán se restablezca la paz, pero la paz no sólo como
desaparición de la violencia, sino como claro efecto de desarrollo cultural,
económico, político, y educativo, para todos.
El crimen organizado y el narcotráfico,
como todos los delitos, tienen efectos, y tienen raíces, por lo que requieren de
un tratamiento integral.
Para ello, actualmente, las fuerzas
armadas del país son necesarias para confrontar el efecto; pero, incluso, ellas
mismas serán víctimas si las causas de esos delitos quedan subsistentes. Su contagio
puede ser brutal.
Imaginemos una llave de agua abierta que
descarga ese líquido en un piso. Si el gobierno sólo envía a las fuerzas
armadas a trapear el suelo sin cerrar el válvula, sería un esfuerzo inútil. Lo
eficaz, primero, es taponar el grifo, para al unísono, o de inmediato, secar
toda la humedad.
Claro que aquí estamos tratando del
crimen, como efecto de profundas causas sociales a la vista.
Nuestro sistema socioeconómico ha tenido,
y tiene, pros y contras. En sus desventajas está la pésima distribución de la
riqueza, y esto provoca grave dislocación en el resto de nuestros fenómenos
sociales.
Es una vergüenza, y un despiadado
peligro, el que las riquezas de México sean propiedad de pocas familias. Este
desajuste económico está provocando caos en todos los órdenes.
Los actos ilícitos van en aumento de
manera alarmante, y su salvajismo va paralelo, en plena competencia, con la
brutalidad de una economía deshumanizada.
La severidad penal, también en
descomposición, sirve para hacer más confusa la entraña de las relaciones
humanas. ¿Qué podemos decir de un sistema económico que genera desempleo para
millones de mexicanos, que paga salarios mínimos miserables, que mal educa, que
destruye a sus propias bases culturales, que privilegia a la corrupción y
olvida a la ética?
El delito, para muchos, se está
convirtiendo en el único medio de vida que les queda para poder subsistir.
Catastrófico sistema es el que crea
asesinos y ladrones y, luego, de éstos castiga a los pobres y premia a los
ricos.
Todos,
y con todo, debemos de cambiar nuestra forma de organización social, nuestra
manera de producir y distribuir, con responsabilidad, inteligencia, y humanismo.