jueves, 6 de febrero de 2014

Sistema que crea delincuentes
CASTIGANDO A LOS POBRES
        Tomo, para el inicio de este artículo, la veraz y puntillosa aseveración de Beatriz Pagés en su editorial próximo anterior de la revista Siempre!: "En Michoacán se decide el futuro del Estado mexicano... La esperanza que ha despertado en la ciudadanía la estrategia integral de seguridad y desarrollo, implementada por el gobierno federal en la entidad, tiene que tener sólidos anclajes en la realidad para evitar que se evapore... Está en juego la estabilidad del país, el futuro del Estado mexicano y el éxito de este gobierno".
        Sin más, Beatriz ha puesto el dedo en la llaga respecto a la importancia de asunto. El grave problema, y su actual tratamiento, son de importancia vital, sin lugar a trivialidades.
        Obvio, la mayoría de los mexicanos deseamos que en Michoacán se restablezca la paz, pero la paz no sólo como desaparición de la violencia, sino como claro efecto de desarrollo cultural, económico, político, y educativo, para todos.
        El crimen organizado y el narcotráfico, como todos los delitos, tienen efectos, y tienen raíces, por lo que requieren de un tratamiento integral.
        Para ello, actualmente, las fuerzas armadas del país son necesarias para confrontar el efecto; pero, incluso, ellas mismas serán víctimas si las causas de esos delitos quedan subsistentes. Su contagio puede ser brutal.
        Imaginemos una llave de agua abierta que descarga ese líquido en un piso. Si el gobierno sólo envía a las fuerzas armadas a trapear el suelo sin cerrar el válvula, sería un esfuerzo inútil. Lo eficaz, primero, es taponar el grifo, para al unísono, o de inmediato, secar toda la humedad.
        Claro que aquí estamos tratando del crimen, como efecto de profundas causas sociales a la vista.
        Nuestro sistema socioeconómico ha tenido, y tiene, pros y contras. En sus desventajas está la pésima distribución de la riqueza, y esto provoca grave dislocación en el resto de nuestros fenómenos sociales.
        Es una vergüenza, y un despiadado peligro, el que las riquezas de México sean propiedad de pocas familias. Este desajuste económico está provocando caos en todos los órdenes.
        Los actos ilícitos van en aumento de manera alarmante, y su salvajismo va paralelo, en plena competencia, con la brutalidad de una economía deshumanizada.
        La severidad penal, también en descomposición, sirve para hacer más confusa la entraña de las relaciones humanas. ¿Qué podemos decir de un sistema económico que genera desempleo para millones de mexicanos, que paga salarios mínimos miserables, que mal educa, que destruye a sus propias bases culturales, que privilegia a la corrupción y olvida a la ética?
        El delito, para muchos, se está convirtiendo en el único medio de vida que les queda para poder subsistir.
        Catastrófico sistema es el que crea asesinos y ladrones y, luego, de éstos castiga a los pobres y premia a los ricos.
        Todos, y con todo, debemos de cambiar nuestra forma de organización social, nuestra manera de producir y distribuir, con responsabilidad, inteligencia, y humanismo.