martes, 26 de noviembre de 2013

Reforma educativa AÚN NO NACE

        A finales del mes de agosto, del año que transcurre, el Presidente Enrique Peña Nieto expresó con voz firme y clara: "No vamos a claudicar". El mensaje iba dirigido a todos los mexicanos, y el tema referido era la reforma educativa.
        Cierto que esa llamada reforma educativa modificó dos artículos de nuestra Carta Magna, y produjo la aprobación de varias leyes reglamentarias al respecto; empero, no ha podido aplicarse en sus contenidos preceptivos, los que básicamente son de tipo laboral.
        También es real que las autoridades educativas magnificaron previamente los alcances de esa reforma, calificándola de histórica, para después, ante los obstáculos habidos, indicar que los resultados se verían después del año 2025.
        Ignoro dónde podríamos encontrar al ahora secretario de Educación Pública Emilio Chuayffet Chemor para ese año 2025, por si hubiese algún reclamo; empero, lo que sí sé es que los problemas de educación pública de México no pueden esperar tanto tiempo.
        Y lo peor para el país sería que la tal reforma, costosa por cualquier lado que se le observe, terminara en un parto ridículo: una minuta de negociación entre el gobierno federal y la fracción más beligerante del sindicato de maestros, dando marcha atrás a reformas constitucionales. ¡Esto sí enseña!; enseña los rejuegos enfermizos y realistas de la debilidad irresponsable y de la fuerza insensata.
        Es sabido qué lo que comienza mal termina mal. Ningún gobierno inicia una reforma educativa sin considerar a los alumnos, maestros, padres de familia, y a la sociedad.
        Desde Licurgo, (siglo VII antes de nuestra Era) ese educador y jurista espartano que a través de una educación obligatoria, pública y severa, inserto en la conciencia de sus contemporáneos, con su anuencia y disciplina, las normas fundamentales para la vida de todos.
        O en la obra Gargantúa y Pantagruel del escritor francés Francois Rabelais, (1494-1553) en donde Panócrates se hace cargo de la educación del joven Gargantúa y, para iniciar su labor pedagógica, le da de beber de inmediato agua del eléboro, "para que olvidara todo lo que había aprendido bajo sus antiguos preceptores", la antigua educación del trívium y del cuadrívium que aquellos jóvenes sufrían en un bostezo sin fin, "dejarle limpia el alma para la nueva enseñanza". Eran éstas las profundas apetencias de una ya poderosa burguesía renacentista dentro de un aburrido feudalismo católico.
        Siempre la conciencia de la clase dominante, en una sociedad, imprime las reglas de una educación a su servicio; y, ante esta realidad en el siglo XXI, no toda la clase dominante percibe a la educación en base a un simple vínculo laboral de trabajadores de la educación con el gobierno mexicano ni menos piensa que la educación sea un simple procedimiento para abastecer de empleados útiles a las empresas extranjeras o a las nacionales, o a las híbridas.
        La reforma educativa que requiere México aún no ha nacido, y acaso muchos ya no la veamos.