Somos los mexicanos, actualmente, buenos
para observar los problemas: analizarlos, sintetizarlos, deducir e inducir de ellos,
y para practicarles todas las operaciones lógicas posibles.
En el hogar, la escuela, el centro de
trabajo, la calle, los sindicatos, en el café, con nuestros cuates, tomando la
copa, somos extraordinariamente capaces de explayarnos en la explicación de
cuáles son nuestras dificultades; y sobre ello gozamos discutir con cualquiera.
¡No faltaba más!
Sin embargo, en la realidad, somos
pésimos para aplicar eficaces y oportunos remedios a esos nuestros males.
A nuestra lúcida crítica corresponde,
lamentablemente, nuestra atrofiada acción para aplicar soluciones.
No es necesario, para afirmar lo
anterior, remitirnos a lo escrito por el zitacuarense y filósofo Samuel Ramos
(1897-1959) en su aportador libro El perfil del hombre y la cultura en México,
ni retomar la lectura de El laberinto de la soledad de Octavio Paz; (1914-1998)
basta con leer nuestra realidad humana, en donde la inteligencia de los
mexicanos se desborda en el diagnóstico, pero se atrofia en el planteamiento de
soluciones, y más aún en la aplicación del remedio.
Las causas de esa deficiencia son
variadas. Tiene, sin duda, una razón histórica de severo autoritarismo tanto
por el lado de los países originales que vivieron en el territorio de lo que
actualmente es México, como por lo que llegó de despotismo español cargado de
sangre mora; más el absolutismo francés enriquecido por diferentes tropas
europeas que pintaron de güero nuestros ranchos, y que admiraron esa forma de
gobierno napoleónico.
Empero, también son causas, nuestros modernos
desarrollos culturales tan llenos de egoísmo, tan dados a los juegos de
intereses, proclives al abstencionismo y al dejadismo. Las envidias en los
círculos del poder. El temor al poderoso. La pereza mental para el hacer. La
falta de seguridad en sí mismo, sobre todo en los momentos decisivos. La
actitud agachona ante quien manda y la soberbia ante el subalterno, la ausencia
de cultura para tener sentido común con capacidad decisoria, entre otras muchas
pinceladas de nuestro propio perfil nacional.
Lo menos es ser sinceros ante nuestro
propio espejo, y aplicar, con humildad y franqueza y con espíritu crítico
positivo, el menos común de los sentidos.
El inglés Thomas Paine, (1737-1809) uno
de los llamados padres fundadores de los Estados Unidos de América, en uno de
sus mejores ensayos, Common Sense, mostró lo valioso de este sentido. Esas 48
páginas son un auténtico elogio al sentido común, respecto al porqué, sí,
deberían independizarse aquellas 13 colonias de la corona inglesa.
Algo más agregaré. Los mejores
presidentes de México son aquellos que han tenido sentido común, y muchos de
ellos no fueron ni profesionistas ni gente ilustrada académicamente.
El crimen organizado, el desempleo, la
mala distribución de la riqueza, educación, energéticos, cuestiones fiscales, y
muchos de nuestros problemas actuales, requieren de responsabilidad,
conocimientos, patriotismo, y mucho sentido común para decidir y resolver con
eficacia.