Escuchar el silencio entre una multitud
humana tiene mucho de sublime, más cuando se produce frente a la conciencia
colectiva de estar a la espera de algo inédito.
El viernes 15 de noviembre del año 2013,
a partir de las 22 horas, la Morelia musical pasó de un concierto de la
Orquesta Sinfónica de Michoacán dirigida por Miguel Salmón del Real, en el
afable Teatro Ocampo, a una audición a cielo abierto en donde participaron
todas las campanas de las iglesias de la ciudad.
La mayoría de los asistentes al Ocampo se
quedaron sorprendidos con las obras de Igor Stravinski, y gratificados en la
segunda parte con música de Revueltas, Verdi, y Mozart; y, al salir rumbo a la
avenida Madero se encontraron ahí con cerca de 3 mil personas distribuidas
entre las calles de Zaragoza y Morelos, en espera de ese concierto de campanas
previamente publicitado.
Como en un ritual convenido, en punto de
las 22 horas, esa multitud reunida en el arroyo y en las banquetas de la Madero
guardó silencio y, venidas de lejos, se empezaron a escuchar los tañidos de
campanas, primero unas, después otras, y así de manera sucesiva hasta llegar a las
cercanías del centro.
Y al final cayeron sobre aquel gentío,
de esas torres catedralicias "en reloj en vela que rondan los palomos
colipavos", las campanadas de pesos y centavos, para parafrasear la Suave
Patria de Ramón López Velarde.
Y por más de quince minutos cada campana
moreliana con su propia voz nos entregó su mensaje. Unas graves, otras agudas,
roncas las menos, límpidas las más, pero todas armoniosas y alegres, pues manos
juveniles con talento musical las incitaban al canto metálico.
Culturalmente existe tanto ingenio en
Morelia y en Michoacán, que con pocos recursos económicos se pueden realizar
actividades trascendentes.
Esos sonidos metálicos que como gotas
cadenciosas bajaban, hasta la espesura humana ahí reunida, fueron absorbidos
por todos los oídos receptores presentes, y llevados a cada uno de los cerebros
para registrarlos para siempre.
¡Y eso!, podría alguien con malicia o
ingenuidad preguntar, ¿para qué sirve?
La respuesta: se logra una sana
convivencia; se ofrece una espectáculo original; se inquieta con una tarea a
todos los participantes; se remueven axiológicamente raíces culturales; se
provoca mejor atractivo turístico; empero, podemos contestar al estilo de Henri
Beyle.
¿Quién es Henri Beyle? Un escritor francés
que vivió de 1783 al 1842. Su seudónimo popular: Stendhal.
A Stendhal le preguntó un comerciante:
“¿Para qué sirve la cúpula de San Pedro en el Vaticano?”
Y el autor de Rojo y Negro le contestó:
“Sirve para conmover el corazón humano”.
Suficiente y eficaz respuesta para todos
aquellos que sólo saben valorar las cosas de la cultura a través del costo
beneficio de los mercaderes.
Todo humano es cultura; y esto ni se
compra ni se vende, igual que ese silencio ante la muchedumbre salpicado
armoniosamente por el repicar de las campanas de Morelia, tan jóvenes, tan
antiguas.