Es tan importante el problema de la
verdad y la mentira en cualquier grupo humano que, a riesgo de ser repetitivo,
debemos seguirlo tratando en todas las variedades por las que transcurre en la
vida cotidiana.
El tiempo que vivimos está enfermo de
mentiras, y la atmósfera social creada por nosotros mismos se ha contaminado de
manera severa.
Nunca un verbo se ha podido conjugar tan
fácilmente en las tres personas de singular y en las tres de plural. Yo miento,
tú mientes, él miente; nosotros mentimos, vosotros mentís, ellos mienten.
Lo malo es que no repudiamos a la
mentira ni castigamos al embustero, sino, por el contrario, estimulamos a la
falacia y premiamos al engañador.
Después de un rosario de mentiras por el
que transitó el discurso oficial en este 2013, señalando un crecimiento
económico para el país de más del 4%,
tenemos que sufrir la triste realidad de un crecimiento por abajo del 1%. Y los
funcionarios públicos emisores de esa engañifa siguen tan campantes, sin que
nadie los llame a cuentas.
Gente preparada en las finanzas, en la
economía, en los ingresos y egresos no puede ni debe equivocarse de tamaña
forma; empero si se falló, lo correcto es que explique lógicamente los motivos
del desacierto, y si éste es grave, por dignidad se renuncia.
A ese mismo tipo de discurso mendaz
corresponde, al parecer, lo manifestado recientemente por las mismas
autoridades hacendarias y destacados integrantes de la Cámara de Diputados del
Congreso de la Unión: "el Presupuesto de Egresos 2014 impulsará el
crecimiento, el empleo y el desarrollo social". ¿Y si no fuese así?
Y si en el año 2014 no sólo padecemos
decrecimiento, sino afectamos aún más las bases culturales y educativas que,
siendo prioritarias, han sufrido mermas multimillonarias que reducen o cancelan
las mejores vías de desarrollo humano. Si esto acontece, ¿quién se va a
responsabilizar por ello?
Por eso este llamado de atención para
quienes en su discurso hablan de que ese presupuesto 2014 provocará desarrollo;
puesto que si no es así, otra vez la palabra, en esos casos, adultera a la
realidad, y por eso es deshonesta. La población estima la verdad y reprueba a
la mentira; el pueblo desconfía de muchos políticos de nuestro país.
Desde luego que con nuestra expresión,
oral o escrita, podemos equivocarnos, pero en el error no hay mala fe y, por
ello, estaremos dispuestos a corregir de inmediato el equívoco, y a solicitar
con humildad disculpas.
El problema está en la perversidad de
quienes son conscientes de su engañar, y con su decir deshonesto realizan actos
de corrupción de diversas índoles.
Nos es urgente emprender una campaña
permanente y eficaz, amplia y a fondo, para establecer, o restablecer en su
caso, la cultura de la honestidad, la veracidad, la legalidad; promoverla ante
todos los humanos que se encuentren a nuestro derredor. ¡He aquí la tarea!