Hoy se inicia el cónclave para decidir
quién será el nuevo Papa.
115 cardenales serán los electores,
quienes reunidos en la Capilla Sixtina iniciarán a partir de este martes 12 de
marzo del 2013 el proceso que los conducirá a elegir al sucesor de Benedicto
XVI.
No será Dios quién elija a su
representante sobre la Tierra. Serán exclusivamente poco más de cien príncipes
de esa iglesia los votantes, y sólo uno de ellos será coronado.
El Vaticano supone que cuenta con un mil
doscientos millones de creyentes. Nadie más puede asegurar a ciencia cierta
cuántos fieles de esa religión hay en el planeta.
Suponiendo que fuera esa la cantidad de
católicos, nunca tan pocos han decidido lo que les puede interesar a tantos.
Claramente la llamada democracia no opera en El Vaticano.
Una microscópica aristocracia, en
ejercicio vertical, impondrá al pontífice en un oscuro juego de intereses.
Lo impredecible de ese fenómeno humano
es saber cuánto tiempo les llevará ponerse de acuerdo a dos tercios de los ahí
reunidos, a puertas cerradas y en tradicional secrecía.
Podrían ser minutos, horas, días,
semanas, o meses, los consumidos por esa congregación para seleccionar al nuevo
Papa; y después humo blanco.
Nadie puede anticipar el nombre del
elegido, aunque el margen de probabilidades para unos sea mayor que para otros.
Se
observa, con cierta certidumbre, que la influencia de Joseph Ratzinger y sus
allegados se hará sentir.
Consensuar, con tantos intereses
encontrados y tantas contradicciones agudizadas, no les será fácil.
Obvio que buscarán un pontífice con
fuerza y carisma, puesto que deben suplir las deficiencias del idus Benedicto.
Ratzinger confesó al mundo su falta de fuerza; y, todo el mundo lo había ya
juzgado como antipático.
Debe, además, tener talento, o conformar
un equipo inteligente, o ambas cosas a la vez, para resolver los problemas
graves por los que atraviesan: corrupción económica, desmoronamiento moral,
pederastia, revisión de los conceptos de celibato y castidad, pérdida de fe,
revalorar el papel de la mujer en el catolicismo, y reconsiderar su visión
sobre la bioética.
También a la curia romana le pegó fuerte
el llamado vatileaks, pues desnudó la conducta indecorosa de muchos de sus
miembros.
El cardenal Theodore Edgar McCarrik,
arzobispo emérito de Washington, cuando le preguntaron si "se designará a
un Papa con un pasado impecable", con buen humor contestó: "Todos
hemos cometido errores".
Pero en eso del ingenio conceptual el
cardenal nigeriano John Olorunfemi Onaiyekan no se quedó atrás, ante el
cuestionamiento de quién iba a decidir respondió: "Dios ya ha decidido
quién debe ser el nuevo Papa. Ahora nos toca a nosotros descubrirlo".
Ante lo dicho, los favoritos son dos: el
Cardenal Ángelo Scola, italiano, arzobispo de Milán, y el Cardenal Pedro Odilio
Scherer, arzobispo de Säo Paulo. No son impecables. Dios ya se fijó en ellos.
Pero puede ser que pierda Dios.