miércoles, 21 de noviembre de 2012

Principio y Fin SIN DECORO PRESIDENCIAL

               El "buen fin" pinta para pésimo. Hasta el general de división Rubén Venzor Arellano, orador oficial, y único, en la reciente entrega de reconocimientos y ascensos militares le llamó al Presidente: "Felipe Calderón ESPINOZA". Ya la referencia no fue de hinojos, sino de espinas.
                En todas las autofabricadas despedidas del Presidente se le restriega: "Éste es su último desfile"; "Estamos en su última gira"; "Se encuentra en su última reunión con las fuerzas armadas"; machacándole sus propios colaboradores esa palabra tan lapidaria.
                La presidencia de Calderón no tuvo buen principio; y, aun pesar de la costosa publicidad pagada, no tiene buen fin. Los calificativos para su administración son: de mediano a pésimo, según la opinión generalizada, la que tiende al segundo extremo.
                En la política, como en la literatura, debe cuidarse con mucha responsabilidad el principio y el fin. Planear adecuadamente la entrada y la salida, es marcar el desarrollo, o el proceso, entre el primer paso y la meta. En la república de las letras Jorge Luis Borges y Umberto Eco tratan el tema con precisión y claridad.
                Obvio, no es lo mismo escribir un libro que ejercer un sexenio como Presidente de México durante estos primeros años del siglo XXI.
                Tampoco ha sido lo mismo desempeñar ese poder presidencial en todos y cada uno de los sexenios del siglo XX en México. Las diferencias existentes entre una y otra actuación política han sido drásticas.
                Sin embargo, el hecho de que todo en nuestra realidad sea diferente no descarta la existencia de semejanzas, por lo que, regresando al mundo de los libros, a cómo se escriben éstos, bien podemos compararlos a la manera en que se inicia y se termina el mandato de un Presidente de la República, aquí y ahora; claro, toda proporción guardada.
                Cierto, el Presidente de México no puede diseñar ni realizar con sus propios actos individuales lo que será el ejercicio de su mandato por seis años, de principio a fin, cabalmente.
                La realidad internacional y nacional, ajena a él, lo va condicionando, y en no pocos casos determinando, ya que también en el fenómeno político existe la causa y el efecto, al igual que opera la incertidumbre, y la libertad humana enmarcada dentro de una circunstancia.
                En esas condiciones, la toma de posesión del Presidente Felipe Calderón Hinojosa, hace seis años, estuvo muy lejos de la dignidad con la que sus antecesores iniciaron su encargo. Apareció de repente entre los pliegues del cortinaje ubicado detrás del presídium de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, con la cara cómplice de un conejo que sale sorpresivo del sombrero de un mago, ante un público tenso investido de fuero legislativo.
                Si esa forma grotesca fue su inicio, su final administrativo parece no tener buen fin, o al menos con decoro. En La Piedad, Michoacán, se puso a cantar desafinado, como siempre, El corrido del perro negro. ¡Lástima!