lunes, 26 de noviembre de 2012

Jorge Arturo Chávez Páramo HONRADEZ EN EL PERIODISMO

                A finales de los años cincuentas del siglo XX, en la ciudad de Morelia, la comunicación local era más certera, y desde luego muy fluida. Por ejemplo, si alguien nacía, de inmediato se corría la voz; por igual, la muerte de todo moreliano era sabida ipso facto.
                Hoy estos dos extremos de la existencia, (el nacer y el morir) para el común de los mortales, nos llega con demasiado retraso; claro, salvo los casos de excepción, por la importancia del fallecido, o por la trascendencia del acontecimiento mortuorio.
                Desde luego que en aquel entonces todas las familias morelianas se conocían entre sí, mientras que ahora la masividad provoca un desconocimiento generalizado, y una insensibilidad que preocupa.
                Invoco y explico ese hecho de pésima comunicación, porque tardíamente he sabido de la muerte de mi compañero y amigo Jorge Arturo Chávez Páramo, quien vivía, según mis registros personales, en la ciudad de Tacámbaro, Michoacán, como notario público, estado ideal del licenciado en derecho.
                A Jorge Arturo lo conocí en mi primer año de bachillerato en el Primitivo y Nacional Colegio de San Nicolás de Hidalgo. Él venía, según su decir, de una secundaría en la Ciudad de México; y, con independencia de ello, lo observábamos de mayor edad a nosotros, dueño de una madurez que aún nosotros no teníamos.
                En nuestro círculo de estudio fue un aportador. Era más práctico que la mayoría de los compañeros. Versificaba con soltura y con extremada ironía, siendo su prosa de ese mismo temple, según se puede apreciar en los pininos que hacíamos en periódicos o revistas estudiantiles.
                La letra del corrido de los bachilleres de ciencias sociales, con música de La rielera, siendo trabajo colectivo, fue hechura fundamentalmente de Jorge Arturo.
                Desde joven fue simpático, de trato liviano, y talentoso. Obtuvo de inmediato cobijo en nuestro grupo; empero, mientras nosotros sólo éramos estudiantes, él era trabajador y estudiante, y casó a temprana edad, formando un sólido matrimonio con una excelente compañera.
                Su trabajo era de periodista. Bien pudiésemos llamarle: periodista de todas las horas, ya que incluso como funcionario público siguió practicando el periodismo. Hizo de esa actividad, por ende, toda una profesión.
                Reporteó en El Heraldo de Michoacán; militó en aquella generación destacada que Manuel González Sauz y Odiseo Ibáñez agruparon en el inolvidable, ahora ya olvidado, Tiempo de Morelia; pasó seguramente por La Voz de Michoacán; vivió la aventura de hacer su propio "periodiquito", como el mismo lo llamaba con gracia y ocurrencia, en donde él era el director, el reportero, el redactor, y el repartidor. Y a últimas fechas escribía artículos inteligentes y sensatos para Cambio de Michoacán, un destacado órgano de formación e información dirigido por otro dilecto compañero y amigo: Vicente Godínez Zapién.
                Mi amigo Jorge Arturo, así, tuvo márgenes de honradez muy aceptables, y esto lo constituye en un ejemplo en el mundo del periodismo.