martes, 22 de diciembre de 2009

MURIÓ RESPETANDO LA LEGALIDAD


El Impasible Morelos
MURIÓ RESPETANDO LA LEGALIDAD
                                              
            La narración histórica de los hechos por parte de Carlos María de Bustamante siempre la he apreciado cargada de subjetivismo; sin embargo, en su trasfondo existen cosas de un realismo indiscutible. Tal es su carta dirigida el 4 de enero del año 1814 al “Señor Generalísimo don José María Morelos”.
            En ella expresa su sentir sobre el trauma del desastre militar ocurrido a las fuerzas militares encabezadas por Morelos en la ciudad de Valladolid en las jornadas del 23 y 24 de diciembre del 1813: “La experiencia ha hecho ver que nuestras tropas no están todavía en estado de batirse campalmente con tropas tácticas europeas, pues para esto necesitan recibir una disciplina y aprendizaje que las circunstancias no han permitido darlas… su ejército, el cual, apostado ventajosamente, gastará insensiblemente la fuerza que le ataque hasta la llegada del ejército anglo-americano… le aconsejé que ni… emprendiese cosa alguna sin el auxilio de los anglo-americanos, de quienes necesitamos para ser libres, así como ellos necesitan de los franceses… Creo que todo lo que sea desviarse de estos principios, será perderse o exponerse”.
            Recordemos, con esto, que el deseo ferviente de José María Morelos era que la Constitución se aprobara y se firmara en Valladolid por parte del Congreso del Anáhuac, aquella que fue firmada y aprobada en Apatzingán después de la derrota militar que sufriera en su propia tierra el Siervo de la Nación, en donde perdió, conforme a su propia confesión, uno de sus preciados brazos: Mariano Matamoros y Guridi.
            Y es que la técnica militar de Morelos, tan apreciada en el exterior de la Nueva España, era artesanal, apropiada para las zonas agrestes, de tipo guerrillero, eficaz para destruir a un sistema, pero no para sostener a la estructura gubernativa de una nueva organización nacional, y por eso consideraban algunos que era indispensable el auxilio del ejército gringo.     Claro que el señor Morelos dejó de traer, tras sí, muchedumbres al tipo de Miguel Hidalgo; su ejército fue de soldados, en unidades no mayores a los mil o tres mil elementos, pero faltándoles, por razones obvias, la eficacia del arte de la guerra de esos tiempos. Por eso con menos soldados Iturbide y Llano lograron vencerlos en las inmediaciones de Valladolid, provocando su retiro de esa plaza.
            Ante esa derrota Ignacio López Rayón señaló con crueldad inusitada: “… es conveniente mandar a Morelos a decir nuevamente misa…”, porque no era el señor Morelos el que estaba fracasando, sino la nueva forma de organización que tomó la insurgencia, la que no correspondía a las exigencias de aquel momento bélico: quitarle el mando unipersonal a Morelos, para entregar el Supremo Congreso a José Sotero Castañeda, el Supremo Gobierno a Ignacio Alas, y el Supremo Tribunal de Justicia a José María Ponce de León.
            Empero, ante la pérdida de su caudillaje, Morelos fue congruente a su ideal de legalidad, aceptando sólo ser, con un puñado de hombres, custodio del gobierno insurgente establecido. Así cayó prisionero, comportándose como todo un Hombre, impasible ante el tribunal eclesiástico y ante el tribunal militar. Mienten los de antes, y los de ahora, sobre la supuesta retractación del señor Morelos. Hasta Lucas Alamán considera poco creíble ese hecho. Y es que el 22 de diciembre de 1815 se portó, ante su muerte, con una gran serenidad, un ser humano firme y seguro de sí mismo.
            Ante el coronel Concha y los soldados custodios, antes de morir, al ver la tierra de salitre de San Cristóbal Ecatepec, expresó: “¡Qué triste es esto, señor Concha, y yo que nací en el jardín de la Nueva España!