LOGOS
Día del Maestro
EL CASTIGO PARA
SÍSIFO
Los verdaderos
maestros merecen en su día reconocimiento y respeto; pero, a algunos de ellos
el gobierno los ha echado a perder al hacerlos líderes, desnaturalizando a los
sindicatos, y afectando a la educación.
Los maestros son
(aparte de aquéllos que tienen una relación laboral para asistir, en las
escuelas, a los grupos de alumnos) todas las personas que con sus actos buenos
informan y forman a quienes se cruzan en su camino.
Empero, cuando
Venustiano Carranza Garza dejó de ser el Primer Jefe del Ejército
Constitucionalista, y tomó posesión como Presidente de los Estados Unidos
Mexicanos el primero de mayo de 1917 decretó, bajo la inicial vigencia del
original artículo tercero de nuestra Carta Magna, el Día del Maestro, disponiendo
que cada 15 de Mayo, a partir del 1918, se rindiera homenaje a los apóstoles de
la educación, en recuerdo de la toma de Querétaro y aprehensión del Emperador
Maximiliano por parte del Ejército juarista.
Esas motivaciones
históricas se pierden, hoy, entre las enredadas y anárquicas acciones de un
sindicalismo corrupto y ambicioso, y las desatinadas reformas laborales que,
bajo disfraces educativos, el gobierno impone con la fuerza policiaca.
La educación
mexicana y todos los mexicanos somos víctimas de esa peligrosa realidad, sobre
la que, en esa fecha, se llevarán a cabo ceremonias y desayunos, imponiendo
preseas y otorgando premios con rituales tan rancios como vacíos.
Todo en México está
para explotar, y sin embargo no explota. Razones externas y cuidados internos
contribuyen a posponer el estallamiento.
En el sector
educativo acabamos de observar ese fenómeno chocante y peligroso.
Un prolongado paro
de alumnos del Politécnico que parecía derivarse a lo electoral, situación que
con independencia del partido político que favoreciera, estaría faltándole al
respeto a México, y a la honorable institución que les permite a los alumnos
politécnicos superarse educativamente, a fin de que obtengan la movilidad
social y económica que su esfuerzo merezca.
Al parecer ese
embrollo politécnico va en vías de solución. Ojalá y así sea, ya que tuvo, al
menos en la superficie publicitaria, orígenes absurdos y reiterativos, pues
insistimos en caer en el mismo pozo, y tropezar con la misma piedra.
Como si por nuestras
torpezas constantes se nos hubiese impuesto el mismo castigo que al Rey de
Corinto, el legendario Sísifo, a quien confinaron al infierno, a efecto de que empujara
una roca hasta la cima de una montaña.
Y cada vez que
estaba a punto de lograrlo, la piedra caía estrepitosamente hasta el fondo del
desfiladero, para que Sísifo retornara a la cruel tarea reiterativa e inútil.
¡Vaya castigo!
En la educación,
escolarizada o no, el Sísifo mexicano en turno parece ir subiendo, escalando,
logrando altura; y, pronto al logro programado, se viene todo abajo, como una
jugarreta del destino que nos tiene sentenciado a volver al inicio.