LOGOS
¿Quién
pone fin al desmadre de Amlo?
LA
SOCIEDAD MEXICANA
Cuando el secretario de Gobernación,
Adán Augusto López Hernández, fue (cuatro veces) el maña-nero suplente del
presidente López afirmó, en tono de denuncia: “Es lamentable que por responder
a intereses evidentemente políticos se llegue al nivel de una campaña de odio…”
Olvidando, ese maña-nero sustituto, que
el actual odio en la política mexicana lo introdujo su amo (el autócrata López)
por doquier, desparramándolo a su antojo “el gran tomador de pelo”, como lo
nombró, asertivamente, la destacada periodista Beatriz Pagés.
Porque
al parecer, Andrés Manuel no tuvo contagio de Covid-19 en
semanas recientes.
Lo que aconteció en su gira por Yucatán, (y lo confesó el propio
presidente López a través de un video profesionalmente elaborado) es que tuvo “lo
que coloquialmente se llama un váguido, como que me quedé dormido… pero sí tuve
esa situación de desmayo transitorio…”
Es decir, se “desvaneció”, conforme significación que a esa
palabra le otorga la Real Academia de la Lengua Española.
El secretario de Gobernación, el secretario de Salud y el vocero
del presidente, aseguraron públicamente: “no es cierto, el presidente nunca se
desvaneció”; empero, éste, terminó desmintiendo a sus colaboradores.
En lo que acertaron ese trío de mentirosos es en que el tirano
López nunca tuvo derrame cerebral, porque los derrames de Amlo nunca han sido
cerebrales.
Benito Juárez, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas del Río
nunca dividieron ni insultaron con odio a toda la población mexicana, como lo
ha hecho Andrés Manuel López, quien maledicente, por naturaleza, corrompe y
empobrece todo lo que toca.
Su secretario de Gobernación Adán Augusto, seguramente sin
desearlo, describió con cierta exactitud al presidente y a muchos de sus
lacayos: “aquellos que hablan con miel en los labios y ponzoña en el corazón”.
El presidente López ha manejado pésimamente el poder. En forma inconstitucional
abrió la sucesión presidencial antes de la mitad de su mandato. Él escogió e
impulsa a sus tres precandidatos. A ellos les puso el desafortunado mote de
“corcholatas”. A dos de ellos les llama “mis hermanitos”; a la otra “mi
hermanita”.
Provechoso de todo, ha dejado e impulsado, a ese trío de
prospectos, a ilícitos que merecen apertura de carpetas de investigación en la
Fiscalía General de la República.
Con esas manipulaciones piensa Amlo que asegura la lealtad
fraterna de esos preferidos.
Y bajo presión de circunstancias no previstas, ha aceptado
incluir, también, como precandidatos morenistas, al líder del senado y a un
diputado salivoso y repudiado por casi todos.
El presidente López ha pasado de corrupto, a ser un gran
corruptor de tres ministros de la Honorable Suprema Corte de Justicia de la
Nación. Corrompió, también, a la simple mayoría de los diputados y senadores
del Congreso de la Unión, a veintidós gobernadores, a algunos personajes de los
partidos políticos opositores, a un número considerable de ayuntamientos, a
altísimos mandos de las fuerzas armadas, a menos de la mitad de quienes mal reciben
dinero regalado para su simple consumo. Todas esas decenas de miles de millones
de pesos el presidente López las toma de nuestros impuestos.
¿Quiénes acabarán ese desmadre que en educación, economía, salud
pública, política, narcotráfico, religión, diplomacia, seguridad pública,
violencia, femicidio, legislación, procuración y administración de la justicia,
y en todos los órdenes de nuestra vida, ha creado el presidente López?.
Esa gran tarea le toca a la sociedad mexicana, la que cada vez
es más pensante, cada día más activa, cada semana más eficaz, en sólida alianza
con muchas otras fuerzas.
El corrupto de palacio, el actual presidente corruptor, defensor
y jefe de los cárteles a los que se arrima, ni siquiera se imagina, el enorme
tronco que le cae encima.