LOGOS
Nuestros
gobiernos torpes
INTELIGENCIAS
LÚCIDAS EN MÉXICO
Cuando un gobierno es de una sola
persona física se desnaturaliza, pues el gobierno es una persona moral que
representa a un estado; y el estado es otra persona moral.
Y todas las personas morales son
ficciones; útiles, sí, pero creadas por la imaginación humana para lograr mejor
desarrollo.
En el momento que el presidente Andrés
Manuel López Obrador es quien hace, o más bien quien deshace, en el gobierno de
México, él se convierte en el único responsable de todo.
Su supuesta enfermedad ha provocado un
azaroso vacío.
“Los dos años negros que vive la
economía mexicana” (como les denomina el periodista David Marcial Pérez en su
trabajo publicado por El País) es responsabilidad de Andrés Manuel.
López Obrador prometió que, en llegando
él a la presidencia, de inmediato crecería nuestra economía al 6% u 8% anual; y
lo real es que en 2019 no crecimos, y en el 2020 no sólo no crecimos, sino
decrecimos el 8.5%.
Amlo es culpable de que se enredara la
economía con la salud, provocando la contradicción de que “nos morimos de
hambre o nos morimos de covid”.
Es irrazonable estructurar esas dos
opciones como un callejón sin salida, anunciadoras de la muerte irremediable.
La política de salud de López Obrador es
todo un rosario de barbaridades, desde sus amuletos para vencer a ese virus
“inventado por mis adversarios”, como el hacerse el enfermo de covid, en perfil
de víctima para seguir manipulando el sentimiento de la gente.
Ahora que apareció Amlo en los pasillos
de su mansión (el ex Palacio Nacional) se generaron variadas opiniones;
respetables todas, pero cada una producto de temperamentos personales.
Hay quienes (como el escuchado comunicador
Ángel Verdugo) ven al presidente incapacitado para gobernar, por sus graves
problemas de salud, y en estado de pedir licencia.
Unos afirman que le dio un derrame
cerebral, otros que un ataque cardiaco, los más, aceptan que el covid lo atacó
nueve meses después de que el presidente López Obrador se proclamara como
domador definitivo de esa pandemia.
Por mi parte, lo vi y lo escuché. Noté
su estudiada vestimenta y sus pasos cansinos y su voz medida, para comunicarse
acicalado y teatralmente con el público.
Así, dijo Amlo: “La pandemia no nos ha
rebasado”.
Faltó que añadiera: mi política de salud
ha ocasionado, hasta el momento, más de 330 mil mexicanos muertos, más los que
falten.
Ese monto es la tercera parte de los
fallecidos en la Revolución de 1910.
Andrés Manuel citó al beisbolista Babe
Ruth (1895-1948): “No se puede vencer a quien no sabe rendirse”.
López Obrador volvió a pensar egoísta y
vanidosamente, para que entendamos que él no se vence ni se rinde; y sin
considerar que más de un cuarto de millón de connacionales sí han sido vencidos
y rendidos por ese virus y, todo, por la pésima estrategia en materia de salud
de Amlo.
Subrayando su yoísmo nos externó Andrés
Manuel, con su actitud de un comediante doliente: “Mucha gente, hasta mis adversarios,
desean que yo salga bien. Gracias a ustedes, al creador, a la naturaleza y a la
ciencia”.
En estas épocas, manipular el
sentimiento de las personas rinde dividendos, más si se les da dinero que no es
propio, sino de los impuestos que todos pagamos al gobierno.
Herbert Spencer (1820-1903), filósofo
británico, liberalista darwiniano, dijo: “Las ideas no gobiernan ni transforman
al mundo; el mundo es gobernado y transformado por los sentimientos”.
Martin Baron, director del Washington
Post, hace días externó: “La gente se fía más de sus sentimientos que de los
hechos que tiene a la vista”.
Observo, así, que el presidente López
Obrador ha hecho de la política una fantasiosa tergiversación de la realidad,
ha tejido su trama maniobrando sentimientos, componenda que más temprano que
tarde le caerá encima.
La situación nacional y la internacional
es adversa a los mexicanos, y la capacidad de Amlo no es suficiente.
Requerimos 126 millones de vacunas, y la
demanda mundial es mucha, y la oferta poca, cara e incierta.
En el mercado mundial los ricos se
imponen, en la compra y en la venta. La ONU, con su Organización Mundial de la
Salud, está semidesarmada.
Las naciones están firmando contratos
alocados, y en secreto, con severas cláusulas de confidencialidad.
Nuestros mentirosos locales no tienen
idea de lo que está pasando.
Tarde, como siempre, México debería (sin
cejar con sus óptimos negociadores en el extranjero) tomar sus medidas y sus
propios remedios, orientados por nuestros mejores investigadores.
México tiene inteligencias lúcidas, pero
gobiernos torpes.