Luz Alou de Torres Manzo
TODA
UNA DAMA
“Pronto me reuniré con el viejo”. El
decirlo, así, fue como un deseo o un presagio que me externó Doña Luz Alou de
Torres Manzo a pocas semanas de haber fallecido su esposo.
Le contesté con rapidez: “Señora… no es
necesario que lo haga. Su esposo sigue con Usted”.
Y guardó silencio como toda una dama,
cambiando de tema al preguntarme: ¿cómo está mi amiga Rosenda?
Doña Luz prefería suprimir sus otros dos
nombres de pila: Esther María. Su firme y translúcida voz nunca dejó el
prosódico tono español de las Palmas Canarias, allende el océano.
La conocí en el año 1974. Don Carlos me
invitó a desayunar a su casa en la Ciudad de México, recién dejaba la
Secretaría de Industria y Comercio para ser candidato, del PRI, a gobernador de
Michoacán.
El anfitrión me convidó a pasar a su
espléndida biblioteca. Ahí nos sirvieron un café; y en esa atmósfera de libros (láminas
de papel impresas a tinta, encuadernadas editorialmente, donde están grabados
los decires escritos de cerebros talentoso) se hizo presente la señora Luz,
para invitarnos a pasar al comedor.
Semanas después, Doña Luz conoció a mi
esposa Rosenda, y a partir de ese momento el vínculo amistoso imperó sobre
todas las cosas.
La señora Torres Manzo fue una mujer de
sólido desarrollo cultural, y conversación grata. Con manejo de idiomas,
gustaba de la escultura, pintura, arquitectura, literatura y música.
Tocaba el piano a nivel de concertista.
Recuerdo haberle escuchado fragmentos de una Sonata de Franz Schubert y la
parte más atractiva del Nocturno No. 2 de Fréderic Chopin; pero en su
discreción no aceptaba hacerlo ante público amplio, sino con pocas amistades.
Tuvimos infinidad de reuniones, comidas
o cenas y, en alguna de ellas, discernimos sobre el mensaje y la estructura del
libro El País de las Sombras Largas de Hans Ruesch.
No gustaba de la poesía versificada, y
nunca quiso participar en temas políticos; sin embargo, con el advenimiento del
siglo XXI empezó a dar opiniones sobre actos y omisiones de los gobiernos, en
tertulias entre amigos.
Sin embargo, auxilió mucho a su esposo y
a Michoacán durante aquel sexenio, con su inteligencia activa y benefactora de
enfoque social.
Un colaborador del gobernador Torres
Manzo durante una comida en su casa de la Calle Agua del Pedregal de San Ángel
en el Distrito Federal (como se llamaba en aquel entonces la capital de México),
accidentalmente tropezó con un enorme jarrón chino de porcelana, de cerca de un
metro de altura, convirtiéndolo en pedazos.
El descuidado se puso tan nervioso, que
se abalanzó a recoger la pedacera; pero, de inmediato y tranquila, Doña Luz le
pidió que no tocará nada. Serena y con gran cuidado recogió los segmentos.
Regresó, después de guardarlos, y con
mucha delicadeza nos platicó a los asistentes la historia de ese jarrón obsequiado
al secretario de Industria y Comercio por Mao Tse Tung.
A las pocas semanas la pieza china,
destruida, estaba restaurada con especial profesionalismo.
Un día, me platicó Don Carlos que su
nieto de nombre Jordy, después de externar palabras acaloradas de joven
rebelde, frente a toda la familia aseguró: “Aquí la que vale es la abuela Luz”.
Su apreciación valorativa, a fuer de
sincera, fue motivo de reflexión cuidadosa en nuestra charla.
Observo que todos valen en esa familia
amiga; más, considerando la conclusión de una vida destacada, esa valoración es
digna de ser transcrita, y recordada.
Hasta este sábado 2 de enero del 2021 me
dieron noticia de la muerte de Doña Luz. Su partida al parecer fue el miércoles
30 de diciembre del fatídico 2020. El antiguo guardia, que contestó mi llamada
al hogar de los Torres Manzo, fue el primero que me informó del deceso.
Por mi parte, observo que, ¡Cumplió Doña
Luz!
Pronto se reunió con “el viejo”, o como
también le decía, “Don Carlos”.
Para sus hijas y sus nietos,
¡enhorabuena! Sus padres vivieron a pleno desarrollo, y les han dejado un buen
ejemplo.