LOGOS
Zarpazos
inconstitucionales
TRUMP
Y AMLO: ALMAS GEMELAS
Donald Trump y Andrés Manuel López
Obrador, siendo física y económicamente tan distintos, políticamente son almas
gemelas.
Cínicos entrambos. AMLO dice: “No se
puede ser faccioso cuando se está en el gobierno”, y él ha sido el más faccioso
de los presidentes mexicanos. Trump expresó: “Repruebo la violencia contra el
Capitolio”, y él la orquestó.
Los hermana su férrea ambición de tener
en sus manos todo el poder. Nada debe de existir fuera de su control
autoritario.
Ambos manejan con maña su autoritarismo,
cubriéndolo con un manto retórico de hilos falsos de democracia y libertad.
Idéntica es su actitud de dividir a sus
pueblos, bajo el viejo principio maquiavélico de divide y vencerás, sin importarles
que sus compatriotas se asesinen entre sí.
Los dos son maledicentes, lenguas
viperinas con arranques ofensivos contra sus inventados adversarios.
Tienen Andrés Manuel y Donald una autoestima
elevada y patológica, al creerse, el primero, único salvador de los pobres y
exclusivo vencedor de la corrupción, siendo productor de corrupción
constantemente y viviendo como rico en su residencia feliz (el ex palacio
nacional), y provocando más pobreza en México; y, el segundo, el rehacedor de la
grandeza de América, quien, en su derrotado final, produjo un caos vergonzoso e
inolvidable.
Ninguno de los dos presidentes tiene la
capacidad de reconocerse culpable. Todas las culpas son de otros.
Diestros son para sacrificar a quien
sea, y ellos permanecer limpios y honorables.
Uno y otro, mentiroso y mitómano, se
sienten personajes autores de lo grandioso, y al no tener capacidad, para
generar esas maravillas, sólo provocan desastres aterradores.
Trump y López Obrador gustan de hacer
escándalo, espectáculo, pero no son eficaces para resolver problemas. Así fabrican
sus discursos, y los altares que los consagren, pues su obra pública no es
productiva.
Amo y siervo son hábiles manipuladores
de los medios de comunicación masiva, sobre todo de las redes sociales, tan de
moda, y tan peligrosas, si se usan con irresponsabilidad.
Carlos Monsiváis (1938-2010) hace 25
años, en su libro Los rituales del caos, explicaba con su estilo crítico “a
esta dictadura de la fascinación electrónica”.
De vivir, hubiera descrito las
anárquicas horas derivadas de la agitación violenta del presidente de los
Estados Unidos de América, quien, con su presencial labia directa, sus redes
sociales y su tigre (las salvajes hordas del supremacismo blanco), atacaba al
Capitolio, a la vista estupefacta y herida de todo el mundo.
Sólo el presidente mexicano AMLO,
satisfecho y cómplice, calló, so pretexto de que no era asunto de su
incumbencia, cuando en el caso del presidente de Bolivia, Evo Morales, o
recientemente el del australiano Julian Assange, editor de WikiLeaks, se tropezó
solicito por andar de ofrecido, exhibiendo su mezquina incongruencia.
Y cuando supo que Twitter, Facebook,
Instagram, suprimieron los mensajes incitadores y violentos del “terrorista
doméstico” Trump (calificativo usado por el presidente electo John Biden),
entonces sí fue asunto de su interés, al afirmar que: “no me gusta que se le
haya censurado (a Trump) su libertad de expresión, ya que a nadie debe
censurarse”.
En México, como en EU, la libertad de
expresión no es absoluta, pues está limitada por nuestra propia constitución
que la otorga y reconoce en sus artículos
6º y 7º; empero, nadie tiene derecho a manifestar ideas ni a difundir opiniones
e información a través de cualquier medio, si (entre otras cosas) provoca algún
delito, o perturba el orden público.
Trump, siendo presidente, trastocó
públicamente todos esos límites en el reciente caso de la toma del Capitolio.
AMLO, en muchas de sus mañaneras y en
sus mensajes de redes sociales, ha trastocado también esos límites, incluso, violando
públicamente los derechos humanos de varias personas, en su calidad de
presidente.
Las redes sociales “benditas o no
benditas” no pueden estar al margen de nuestro sistema jurídico.
No nos enredemos con las redes, nada ni nadie
está por encima de los derechos humanos garantizados, con sus límites
constitucionales.
Los zarpazos del tigre gringo y los batacazos
del tigre mexicano, al servicio de los autócratas Trump y AMLO, son
inconstitucionales.