lunes, 4 de enero de 2021

LOGOS

Nunca tantos

DEBIERON SU MUERTE A UNO SOLO

        “Un médico ignorante es el auxiliar de campo, más eficaz, de la muerte”.

        “El médico que sólo sabe de medicina, ni siquiera de medicina sabe”.

        “La medicina es un conocimiento, práctico y teórico, que debe estar ajeno y separado de los poderosos”.

        Los tres juicios anteriores forman parte de dos libros: El canon de la medicina y el Libro de las curaciones; obras, éstas, de un persa musulmán con un larguísimo nombre, Abu Alí Al-Husayn Ibn Abd Allah Ib Sina, pero a quien en occidente se le conoce como Avicena (980-1037 de nuestra era).

        Transcribí las expresiones de ese médico, filósofo, biólogo, literato, enciclopedista, por el respeto y la admiración que tengo para todos los trabajadores de la salud en México.

        Avicena hace mil años encabezó la lucha contra la peste en Ispahán, siendo él un sabio destacado en la madraza de esa ciudad, situada en el centro del actual territorio de Irán.

        Nuestro planeta en aquellos ayeres tenía muchos pequeños mundos tan distantes, como ajenos.

        Hoy, la Tierra se ha globalizado, convirtiéndose en una enorme aldea metropolizada, en donde un virus (en el año 2020) cubrió en pocas semanas a toda esta pelota de lodo que gira al derredor del Sol, obligando a los humanos, agresivamente, a hacer cambios inesperados y desesperados.

        Ningún jefe de estado ni jefe de gobierno es responsable de la aparición de ese coronavirus. Diría Avicena que son cosas naturales o “ajenas a la voluntad humana”.

        Pero, nos explicaría que también hay cosas culturales, “que dependen de la voluntad humana”, como la del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, quien es responsable, conforme a sus atribuciones constitucionales, de la política de salud pública del país.

        Y AMLO se ha portado, frente a esta pandemia, con una irresponsabilidad criminal continuada, al asegurar que ese virus es cosa de los conservadores; que sólo les pegaría a los ricos; que, con estampitas, un billete de dos dólares y su detente al maligno, no nos haría nada; que ese virus nos cayó en México como anillo al dedo; diciendo, además: “yo me podré el cubrebocas cuando deje de haber corrupción”, descalificando esa medida preventiva.

        Y, ahora, sigue con la pésima política de salud en la compra, transportación, distribución y aplicación, de las vacunas contra el covid-19.

        Todo en esos actos y omisiones presidenciales es contradictorio, confuso, enredoso, ilógico y absurdo. Eso ha causado, oficialmente, cerca de 130 mil muertos en nuestro país, pero en la contabilidad de organismos internacionales de salud nos contabilizan cerca de 275 mil fallecidos.

        “Nada es obligatorio”, se atreve a decir el autócrata AMLO; empero, cuando se pone la careta de anarquista afirma: “la libertad está por encima de todo”.

        Así que a nadie se le obligará a vacunarse.

        Será que Andrés Manuel sabe que no hay dinero ni forma de vacunar a 130 millones de mexicanos, o quiere seguir extinguiendo a centenares de miles de compatriotas.

        Un sabio poeta mexicano, gran secretario de Educación Pública (como Justo Sierra y José Vasconcelos) de nombre Jaime Torres Bodet nos dijo: “El orden sin libertad es dictadura; la libertad sin orden,  anarquía”.

        La oscilante política del presidente López Obrador, en su superficialidad, pendula por acercamientos entre la dictadura y la anarquía.

        Con sus omisiones y sus haceres, podríamos parodiar la vivaz frase del Premio Nobel de Literatura 1953 Winston Churchill (1874-1965): Nunca, tantos, debieron su muerte a un solo presidente, a Andrés Manuel López Obrador.