lunes, 10 de octubre de 2016

LOGOS
Democracia: ¿decisión mayoritaria?
LA GRAN EQUIVOCACIÓN
        Lo ideal es que la democracia sea la decisión de todo el pueblo, a favor de todo el pueblo. Ojalá y esto se diera siempre.
        Lo real es que, equivocadamente, se acepte que la democracia se da cuando la decisión la toma la mayoría del pueblo, aunque esa disposición dañe al pueblo.
        Considero más democrática la determinación que auxilie al desarrollo del pueblo, aunque éste no la haya tomado.
        Y... ¿quién califica si la resolución auxilia o no a ese desarrollo de la mayoría? La respuesta obvia es: esa mayoría, preparada y oportuna.
        Bajaré las anteriores afirmaciones a casos concretos, por ejemplo, al acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las FARC. Dicho gobierno con facultades constitucionales firmó ese convenio que, ipso facto, fue visto con simpatía por todo el mundo, en su efecto y literalidad, pero no aceptado por una mayoría mínima de ciudadanos colombianos exclusivamente en lo que corresponde a las ventajas obtenidas por las FARC.  
        De cada 100 ciudadanos colombianos con derechos a voto, exclusivamente votaron 37; y de éstos, únicamente votaron por el "no", poco más del 50%. Este ejercicio de voto lo provocó y autorizó el Presidente Juan Manuel Santos, cegado por la inmediatez de un éxito que parecía aplaudido por todos. Acaso la abstención, por su naturaleza, es un "sí" tácito.
        Y con esa seguridad ingenua de buscar la aceptación mayoritaria del pueblo de Colombia, Santos fabricó su propia trampa.
        Así que las mariposas amarillas de un sexo desaforado en la literatura, volaron en los discursos alentados por la paz, pero se detuvieron por el precio. Entre los lepidópteros amarillos y la guerra, escogieron a las mariposas, aunque después prosiga la guerra.
        En la vida del ser humano observamos que muchos de sus acuerdos de paz traen, en sus entrañas, la semilla de las futuras guerras.
        Y bajo el papel firmado, como documento que anuncia el fin de sangrientas contiendas, siguen ardiendo los añejos rencores que forjan las confrontas mortíferas venideras.
        Ojalá y ese acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las FARC no sea de esa naturaleza, pues el Comité Noruego otorgó el Premio Nobel de la Paz al Presidente Juan Manuel Santos para auxiliar al éxito de ese pacto; y Santos, con humildad inteligente, no sólo debe compartir ese premio con las víctimas de la guerra, sino con todos los que han hecho, o pueden hacer, posible la paz desarrolladora de ese país hermano, entre otros, Álvaro Uribe, Hugo Chávez, Raúl Castro, Rodrigo Londoño, el Papa Francisco, y todo el pueblo unido de Colombia.
        Si hubo capacidad para convencer a las FARC, después de 52 años, con mayor razón debe haberla para persuadir a esa parte de colombianos que, encabezada por Uribe, se oponen al olvido de los delitos de algunos rebeldes, sin decir nada del olvido de los delitos de algunos funcionarios públicos.
        Sin mutuas concesiones, equilibradas y armónicas, la paz es quimera, y ese buen acuerdo corre el riesgo de ser la matriz de la próxima contienda.