lunes, 5 de abril de 2010

LA SOMBRA DE UN BURRO


Demóstenes en el Vaticano
LA SOMBRA DE UN BURRO

            El Vaticano se encuentra actualmente en labios de todos, y no por buenos actos. La pederastia y las desviaciones sexuales tan escandalosas, de algunos de sus ministros, se suman a su poderío económico financiero, el que corre, impúdicamente, a la inversa de los valores de humildad y pobreza que suele pregonar.
            Sobre aspectos tan a la vista no ahondaré más; sin embargo, como un dato curioso de decisión errática recordaré que en el Museo Vaticano existe una escultura de Demóstenes que se le atribuye a Lisipo, a la cual le faltaban las manos y los antebrazos, por lo que un Papa dispuso una restauración absurda.
            Ahora, las postizas manos de aquella escultura sostienen un libro, y el texto es el Nuevo Testamento. Dos aberraciones existen en el caso. Demóstenes fue un gran orador, no un simple lector de discursos; y, nada tiene que ver este maestro con una obra que se escribió posterior a él, y con una biografía tan ajena a la existencia de quien vivió entre los años 385 y 322 antes de nuestra Era.
            Lo que llega hasta nuestros días, de aquel tribuno, contiene un sin número de interpolaciones que los azarosos siglos permitieron. En base a ese material,  la oratoria de Demóstenes no tiene nada de sublime. Su mayor característica es la intensidad apasionada, y el valor intrépido de un carácter comprometido con sus principios y valores. Su lenguaje es muy libre y natural, personal, directo y sencillo. Carece de afectaciones retóricas ampulosas, como las de muchos de sus sucesores.
            Henry Bernard Cotterill, Werner Jaeger, y mi admirado maestro Eduardo Nicol, analizaron a Demóstenes y a su obra de manera seria y objetiva. Ellos coinciden en citar los tres requisitos que Demóstenes consideró que debería tener un orador: hypokrisis, hipokrisis, hipokrisis; es decir, actuar, actuar y actuar.
            Poco y, a la vez, mucho dice ese concepto repetido tres veces. El consejo es claro y válido. Uno de los grandes problemas educativos de nuestro tiempo es, por ejemplo, el no actuar, educativamente.
            Una anécdota de Demóstenes ha llegado hasta nosotros; la cual puede ser cierta, o no, pero en algo nos ilustra. Defendía este orador, en el Areópago de Atenas, la causa de un pobre hombre condenado a muerte, y, viendo que los jueces dormitaban, y no atendían  a su discurso, les expresó: “Voy a narrarles un hecho. Un hombre alquiló un burro para venir a Atenas, poniéndose en camino los tres; el burro, su dueño, y el cliente. Durante el viaje comenzó el sol ardiente a quemar al jinete. Éste se apeó y se puso a la sombra del burro. El dueño del animal se opuso reclamando, ‘yo le renté al burro, pero no a la sombra’, por lo que tendrá que pagarme más. El conflicto llegó hasta los jueces…
            Llegado a este punto, Demóstenes hizo el ademán de marcharse, pero los jueces que le estaban escuchando ya, con gran atención, le pidieron que terminara su narrativa. Entonces el orador les espetó: “Qué vergüenza es que a los jueces les interese más la sombra de un burro que la vida de un hombre”.