LOGOS
El abuelo López
Y SUS CÁSCARAS DE PLÁTANO
Cada abuelo
tiene su mundo; y participa en él como le da la gana, pero la totalidad de esos
veteranos (menos uno) no tienen la responsabilidad de la presidencia de México.
Ese abuelo
que ahora es presidente de la república confesó: “Mi gusto es, estar en
Beriragu… Bendiragu… Bandiag…” ¿Cómo se dice Jesús?
Y los
mañanerosos, que son cobrones del erario federal, solícitos aportaron el nombre
exacto. Gritando: ¡Badiraguato!
A pesar de
ese apoyo, el presidente quedó lenguado de la traba. Y no pudo repetir
“Badiraguato”, pero sí aseguró que en ese sitio le gustaba estar, pues se
sentía como en su casa.
Puede ser
que el Palacio Nacional termine por cansar, más aún cuando se intenta que sirva
de hogar; y, ojalá, ese desaliento no vaya a motivar (en el presidente López)
la loca ocurrencia de reformar nuestra Carta Magna para trasladar la sede del
Poder Ejecutivo Federal a Badiraguato, con todo el respeto que nos merecen, ésa,
y todas las poblaciones del territorio patrio.
Pero, a
donde tuvo que viajar el presidente mexicano fue a San Francisco, California,
en Estados Unidos de América. Asistió puntual a la Asamblea Plenaria del Foro
de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC); evento al que había asegurado
que no iría, porque no toleraba compartir espacio ni fotografía con la
presidenta Dina Boluarte del país hermano del Perú.
Contrario a su deseo expreso, los dos mandatarios
latinoamericanos participaron en el foro, con una proximidad inesperada.
Los jefes de estado concurrentes sostuvieron una reunión
especial con el presidente Joe Biden, y otra con el presidente de la República
Popular de China Xi-Jinping.
Biden tiene 80 años; Xi-Jinping 70; y López 70. Los tres
son abuelos, y cada uno en su propio mundo sigue modelando su carácter,
virtudes y defectos.
Nos interesan los tres mandatarios. El estadunidense y el
asiático por ser los líderes (cada uno en su país) de los estados más
desarrollados y poderosos del planeta, militar, económica y nuclearmente. Estos
abuelos deben ser muy responsables, la destructiva guerra, o la paz de progreso
humanitario, depende de ellos en porcentaje elevado.
En lo
nacional, el presidente abuelo López, tan lleno de defectos, nos interesa.
Lo contrastaré,
antitéticamente, con un abuelo ejemplar y arquetipo; el abuelo de una excelente
escritora española llamada Irene Vallejo, quien lo describe con objetividad
precisa: “Camino agarrada a la mano grande de mi abuelo, con el dorso salpicado
por esas pecas amarillas que pinta la edad. A su lado sentía una seguridad
absoluta. No sólo cuidaba de mí, tenía un instinto protector universal e
indiscriminado. Lo veo agachado, en la calle, intentando encajar la tapa de una
alcantarilla o recogiendo de la acera cáscaras de fruta para ahuyentar un
posible accidente… Mi abuelo quería impedir los males que se podían evitar,
quería salvar a los desconocidos… Cuando había neutralizado la amenaza de una
traicionera piel de plátano abandonada en la acera, me decía: ‘¿Ves? El bien no
se nota. Alguien se va a librar de tropezar aquí, caerse y romperse la pierna.
Y nunca se enterará…” Es “el bien que no se nota”.
En cambio,
nuestro abuelo López no se cansa de sembrar la división entre los mexicanos, a
cuánto puede le falta al respeto, desparrama dinero del erario federal, sin
fines productivos, lo hace para simple consumo.
Genera más pobreza y pordioserismo con fines electoreros
a su favor, sus políticas de seguridad pública y de salud han producido más de
un millón de muertos, manipula la migración, estancó el desenvolvimiento
educativo, la tradicional corrupción se ha elevado desmesuradamente.
La militarización sui generis del país salta a la vista,
no resuelve, crea cada día más problemas y, su vileza, lo conduce a tirar “cascaras
de plátano” contra todos, para motivar caídas de toda especie.
Con unidad inteligente, y trabajando familia por familia,
obtendremos que el presidente López caiga por sus propias cáscaras de plátano.