LOGOS
¡Qué
pena!
SE CEBA
CON VOTOS EL TIRANO
Hay un pueblo cargado de siglos y
leyendas que todo había vivido: alegrías, trabajos, sueños, guerras, éxitos y
angustias.
Sólo una cosa no lograba obtener: votar;
o sea, elegir con su sufragio responsable y libre a su presidente.
Y un buen día, hicieron creer a esos
ciudadanos que su voto, al fin, era efectivo al pronunciarse por un candidato
contumaz qué (exclusivamente sabiendo de elecciones) durante tres veces
seguidas se postuló al máximo cargo en esta república.
Ese ejercicio presidencial resultó (muy
pronto) una ingrata sorpresa para la mayoría de la población. La principal
actividad de este país son las elecciones.
El eje central de todo es votar.
Todo ciudadano tuvo que votar para
decidir si a los ex presidentes con vida se les encarcelaba, por corrupción,
por traición a la patria, o por otros delito de suma gravedad.
El pueblo bueno fue consultado para decidir,
con su voto, si se seguía trabajando en la ampliación al Aeropuerto
Internacional de la CDMX en Texcoco, o si se abandonaban esos trabajos,
iniciando la edificación de ese Aeropuerto Internacional en la base aérea
militar de Santa Lucía.
Fue a votar otra vez ese pueblo, para
determinar si los militares regresaban a sus cuarteles, o para que se les
encargasen todas las principales actividades del Estado, porque los civiles no daban
el ancho.
Mas ese presidente, que únicamente sabe
de elecciones, determinó que él es el pueblo; y que el “pueblo” debe ganar todas
las elecciones.
No
quiere al INE, salvo que ese INE esté a sus órdenes. No quiere al INAI, salvo
que ese INAI le obedezca ciegamente. No quiere al Poder Judicial Federal, salvo
que se subordine a la presidencia de la república.
A ese presidente “tan honrado” (según su
deshonesta opinión) que se atraca con votos; los obtiene con toda la fuerza que
le da su portentosa gana, aunque él no fue el candidato de Coahuila ni del
Estado de México.
El tirano, en su capricho delincuencial,
diseñó a quién dejaba ganar en Coahuila, para imponer en el Estado de México a
una, de sus títeres consentidas.
Qué pena por ese pueblo cargado de
siglos y leyendas, ganoso de elegir con su sufragio responsable y libre a sus concernientes
gobernadores.
Profetizaba bien, poéticamente, el
español León Felipe Camino (1884-1968): “¡Qué pena si esta vida tuviera -esta
vida nuestra- mil años de existencia!... ¿Quién la haría hasta el fin
llevadera? ¡Quién la aceptaría toda sin protestas?... ¿Quién lee diez siglos en
la Historia y no la cierra al ver las mismas cosas siempre con distinta
fecha?... Los mismos hombres, las mismas guerras, los mismos tiranos, las
mismas cadenas, los mismos esclavos, las mismas protestas, los mismos
farsantes, las mismas sectas y los mismos, los mismos poetas… ¡Qué pena, qué
pena, que sea así todo siempre, siempre de la misma manera!”
Y si el voto mexicano superara esta
pena; y el sufragio efectivo no aceptara reelección de ninguna manera; y
quitara del poder al Andrés que nos apena; y lo juzgara por tanto delito
confesado, confesado con cinismo, en cada mañanera.
Si esa revolución ciudadana del voto se
diera, de unión y compromiso bien armado, sería el inicio para resolver, con
eficacia, nuestros espantosos problemas.