LOGOS
Je,
je, je, je, je, je, je
EBRARD
ME DABA MOCHES
Recién aseguró el presidente de México,
en su púlpito comercial de todos los días: “No me interesa el dinero. Mis
ingresos los maneja Beatriz. No traigo cartera ni tarjetas de crédito ni
chequera. No traigo ni para pagar un café.”
Y prosiguió en su autoelogio: “Mi escudo es mi honestidad y mi amor que es puro y se ha
convertido en virtud.”
Pero
poco antes le había pedido a uno de sus más cercanos colaboradores que pusiera
en pantalla y declamara un poema de Rubén Darío, quien realmente se llamó Félix
Rubén García Sarmiento (1867-1916).
Ese
padre del modernismo hispano literario, poeta nicaragüense, armó la décima
titulada ‘La calumnia’:
“Puede
una gota de lodo
sobre un diamante caer;
puede también de este modo
su fulgor oscurecer;
pero aunque el diamante todo
se encuentre de fango lleno,
el valor que lo hace bueno
no perderá ni un instante,
y ha de ser siempre diamante
por más que lo manche el cieno.”
Exhibida y leída esa alabanza poética,
en ese cada vez más desprestigiado foro de la maña-nera, no hay duda de que el
presidente se autoevalúa como un “diamante”.
Es decir, “es carbono puro cristalizado,
incoloro, en bruto, pero sin pulir ni refinar”, su vanidad siempre está
acompañada por su ignorancia.
Además en ese 14 de octubre próximo
anterior lo acompañó, en ese escenario machacón, Marcelo Ebrard Casaubón, secretario
de Relaciones Exteriores, pero sobre todo una de sus tres corcholatas más
queridas.
Y frente a él, el presidente entre
chacota y veras aceptó: “Ebrard me mandaba como jefe de la CDMX, mis moches
millonarios”, al tiempo que se reía como un pícaro grosero y burlesco. “Je, je,
je, je, je, je, je.”
Con su truhanería, tuvo que responder a
alguien que de inmediato lo interpeló: “¿Significa que el próximo presidente es
Ebrard?”
“No, no, no”, impugnó el presidente, “va
a ser alguno de mis tres hermanos: Ebrard, Adán Augusto, o Claudia”.
Mas volvió a sus propias discordancias
descocadas: “No somos lo mismo de antes. Ya no hay tapados ni dedazo”.
Cuando
todo el país sabe cómo el presidente los designó públicamente, y cómo él mismo
les puso de mote: “Éstas son mis tres corcholatas”, sobajándolas sin ningún
respeto para ellas.
Urgido,
como ve naufragando a cada rato a sus corcholatas desgastadas, exige a una oposición
de partidos políticos (ahora por él mismo divididos con todo su poderío y
perversidad) “ya lancen a sus candidatos; no tengo ni debo meterme en eso”.
Pero
se mete, y destapa a “43” supuestos candidatos de la oposición, número con el
cual se burla (con carambola de tres bandas) del dolor de las 43 familias
afectadas en el caso conocido de Ayotzinapa. Y lo hace sin ningún pudor, para
eso tiene su escudo de ¿honestidad?, y su ¿amor?, que es ¿puro?, el que se ha
convertido en su ¿virtud?
¿Qué
no le interesa el dinero y qué no tiene ni para pagar un café? Ni sus
colaboradores se lo creen.
Cuando
salga de la presidencia, será un multimillonario pobre, o un pobre
multimillonario, con prestanombres familiares y amigos, pero con bolsillos
vacíos, porque a él no le interesa el dinero a su nombre, pero sí a su alcance.
Este
futuro ex presidente vivirá de los millonarios moches, y seguirá riéndose del
pueblo mexicano: “Je, je, je, je, je, je, je.”