LOGOS
En un
océano de errores
SOBREVIVE
MÉXICO
Todos los presidentes de México (y sus
dos emperadores), desde la independencia de nuestro país en relación con España,
han tenido en el ejercicio del poder algún, algunos o muchos aciertos.
No todo ha sido negativo en ellos, y
ninguno ha sido cien por ciento perfecto.
Sí, hemos tenido presidentes con más
aciertos que errores. Sí, ha habido presidentes mexicanos que han sido buenos
hombres, como hemos tenido presidentes que resultaron hombres perversos.
En materia de honradez, podemos contar
una buena cantidad de presidentes con honorabilidad aceptable; y, también,
hemos tenido presidentes corruptos en grado extremo.
Más allá de la mitad de la
administración del presidente Andrés Manuel López Obrador, lo observo con
algunos aciertos, pero lo veo imperfecto en su ejercicio, cargado de
negatividad y perversión, cuidadoso de sus márgenes de honradez personal, pero
tolerante, en extremo, con la deshonestidad de familiares y amigos.
Y algo destacado, a la vista, es su
errática política en todo el amplio mundo de la administración pública.
Su labor práctica y constante en lo que
a él corresponde, en lo que corresponde a las atribuciones de los otros dos
poderes federales, y en todo el gobierno mexicano (entidades federativas,
ayuntamientos, dependencias descentralizadas, desconcentradas y fideicomisos),
está pletórica de faltas, deslices, tropiezos, culpas, caídas, resbalones,
aberraciones, despropósitos, injusticias, descuidos, omisiones, equívocos,
desatinos, anacronismos, falacias y atrocidades.
Con todo mi pesar, hago uso de esa
cantidad de adjetivos que califican el océano de errores en el que está hundido
México desde hace varios sexenios, pero acentuados por la estulticia e
ineptitud del autoritario presidente que padecemos actualmente.
Presidente que ha contagiado sus vicios,
miedos y odios, a sus partidarios y a sus opositores.
Aquí, es necesario que transcriba una
lúcida expresión de Max Born (1882-1970), científico alemán que estableció la
física cuántica, en oposición al gran maestro, también alemán, Albert Einstein
(1879-1955); mientras éste afirmaba: “dios no juega a los dados”, aquél aseguró:
“dios está jugando a los dados”.
Pues bien, Born nos dejó una frase
rotunda: “La creencia de que sólo hay una verdad, y que uno mismo está en
posesión de ella, es la raíz de todos los males del mundo.”
Y para la desfortuna de los mexicanos,
de esta generación y de las que vienen, nuestro actual presidente cree, de
manera absoluta, que sólo hay una verdad, que él se encuentra en posesión de
ella, y así, ésta es la raíz de los males que nos agobian en los tiempos que
corren.
La verdad absoluta presidencial nos ha
conducido a agravar todos los peligrosos problemas que le heredaron sus
antecesores, y a estas dificultades ha sumado nuevos y azarosos conflictos
nacionales.
Existe mayor inseguridad pública hoy,
que en anteriores sexenios;
mayor
pobreza, más inflación, más bajos niveles educativos, menos calidad en la salud
pública, más mentiras presidenciales, mayor corrupción, más severo
autoritarismo, más delincuencia organizada, mayores chanchullos electorales,
menos fuentes de trabajos, peor obra pública, mayor militarización, más
desunión entre los mexicanos, menos poder adquisitivo del salario, precios de
los bienes y servicios elevadísimos, mayores conflictos internacionales.
Sobrevive, lo bueno de México, en un
caótico y terrorífico océano de incertidumbres, en el epicentro de la política
cuántica, y sin vivir en el mundo subatómico, sino en la simple realidad de
todos nuestros días.
El presidente no tiene la verdad
absoluta que pretende, y no tiene el derecho de jugar, a los dados, el destino
de los mexicanos.