LOGOS
Desordenar
a México
CAUSÓ
LA REVOLUCIÓN DE 1910
Cerca de 35 años gobernó a México
Porfirio Díaz Mori bajo el lema de “Orden y Progreso”; así, en esa alineación
valorativa.
La fuerza impuso el orden, y la gente lo
aceptó como normal costumbre.
El progreso, a la vista de todos, y a su
costo, concentró riqueza, provocando desigualdades peligrosas.
México, en 1910, tenía 15 millones de
habitantes. El poder lo ejercía el autócrata, y la masa lo llamó: “caudillo de
la democracia”, “benefactor de los pobres”, “castigador de la maldad”, “destructor
de los conservadores”, “presidente de honradez sin mancha”, “general humano”, y
“dios de la guerra”, según letra del corrido que le cantaban el día de su
cumpleaños (15 de septiembre) los diputados y los ministros de la Suprema Corte
de aquel tiempo.
“Las mañanitas del rey David” no
existían. A Porfirio Díaz, sus lambiscones, le coreaban ese corrido con las
mismas notas musicales, actualizándole, año tras año, la letra del épico mensaje.
Al parecer, los legisladores y ministros
del porfiriato entonaban mejor que los diputados federales de Morena, PT y del
Verde de la presente legislatura, en este desvergonzado año 2021.
Cierto que (para cantarle al presidente)
el escenario de la Cámara de Diputados de San Lázaro es superior, con todo y
sus medios de comunicación masiva, a los viejos foros lacayunos de los tiempos
porfirianos.
Al inicio de esa revolución, el 82% de
los mexicanos era analfabeta, y los propietarios de inmuebles eran el 1% de la
población.
La movilidad socioeconómica era
imperceptible. Era casi nula la posibilidad de mejorar la vida de los pobres. El
dictador no toleraba ninguna oposición.
Había oponentes que, fuera de ley, lucharon
políticamente con sentido ético: Ricardo, Jesús y Enrique, Flores Magón,
Filomeno Mata, Francisco I. Madero.
Otros oponentes carecían de sentido
político, pero eran eficaces delincuentes: secuestradores, abigeos, asesinos,
violadores, asaltantes, como Pancho Villa y Pascual Orozco, con gran capacidad para
matar.
Desde la Independencia de México, hasta
el día de hoy, el gobierno de los Estados Unidos de América ha estado
interviniendo en cosas importantes de nuestro país.
Sólo en su guerra civil se
desentendieron de los mexicanos. El emperador francés Napoleón III aprovechó
ese descuido para intervenir en nuestra nación, imponiendo como Emperador de
México a Maximiliano de Habsburgo, con el fin de frenar el acelerado
expansionismo gringo.
Una vez resuelto su conflicto de
secesión, auxiliaron a Juárez hasta aprehender al emperador, cortando de tajo
el sueño francés con el fusilamiento de las tres emes: Maximiliano, Miramón y
Mejía.
Triunfó la Reforma contra la
intervención francesa y el estado eclesiástico que sobrevivió a la
independencia. Se instituyó a México como estado civil y laico, con nueva
constitución y sus leyes de reforma.
El desarrollo reformista condujo al país
a la dictadura de Porfirio Díaz, destacado militar liberal, quien duró tanto en
el poder, que aprendió a frenar los avances del capitalismo estadunidense sobre
México, a grado tal que allá, en EU, se fraguó la caída de ese autócrata.
Proyectaron a Francisco I. Madero como
cabeza de la revolución, y dieron armas y municiones a los gavilleros Pascual
Orozco y Pancho Villa, quienes como jefes de hombres partieron la espina dorsal
al ejército porfirista.
Díaz, reelecto por 6 años en 1910 como
presidente, decidió renunciar, dejando camino libre a los revolucionarios, los
que en sus ansias de guerra y con el asesinato de Madero y de Pino Suárez, terminaron
matándose los unos a los otros.
A quien el gobierno estadunidense apoyó
con armas, municiones y dólares, ganó en 1915: Venustiano Carranza, con la
bandera constitucionalista.
El asesinato de Madero y de Pino Suárez lo
ordenó el gobierno yanqui, por así convenirles.
La hora y el día para levantarse en
armas (en contra del dictador) los fijó Madero con gran ingenuidad en el Plan
de San Luis: “20 de noviembre del 1910, a las 6 de la tarde”. Este plan se
firmó el 5 de octubre de 1910 en San Antonio, Texas, USA.
Van a cumplirse 111 años del inicio de
la Revolución Mexicana, la que no sólo concluyó con un millón de muertos,
destrucciones y balaceras tremendas, sino con logros, entre otros: “orden y
progreso” para bien, pero generando, dialécticamente, los males que hoy
padecemos.
En este aniversario se proyectan marchas
militares en el centro del país, y en la capital de cada entidad federativa.
Los festejos se harán bajo la atmósfera
desordenada que persiste y se agudiza en México: un millón de mexicanos muertos
por covid y por la inseguridad de crimen organizado con armas y municiones de
los EU, aumento de la pobreza, educación pública y privada a la baja, pésima
distribución de la riqueza, descenso en la producción, aumento de desempleo, la
desunión de los mexicanos fraguada desde la presidencia de la república, la torpe
lucha por el poder, nueva corrupción programada desde el gobierno, con todos
sus efectos de hecho y de derecho.
Entendamos este proceso histórico, redireccionándolo
inteligente y eficazmente.
La revolución que viene, provocada,
modificará nuestra geografía, economía, política, y nuestra historia.
Los de abajo y los de arriba deben
cuidar su clase media; sepamos producir riqueza y redistribuirla mejor. Todos
debemos estar unidos, a pesar del autócrata que torpemente pretende desunirnos.
No hay mal que dure 6 años; ni pueblo
que lo resista.