lunes, 8 de noviembre de 2021

 LOGOS

Repeticiones fatídicas

¿MEXICANOS MALAGRADECIDOS?

        El pecho del actual presidente de México no es bodega, según su confesión reiterada.

        Lo que siente lo dice, aunque dañe al país, y se afecte a sí mismo.

        Suelta juicios presidenciales prejuiciados y ocurrentes, irresponsablemente; por ello, los medios de comunicación masiva (con paga oficial) maquillan y mejoran sus decires, mientras los otros medios, sin esa gracia del erario, los reproducen en forma literal.

        Recientemente externó el presidente: “La gente pobre es muy agradecida… en cambio la gente de la clase media, no generalizo, llega al centro de vacunación molesta… Y a la pregunta, ‘ya la atienden’, responde, ‘¿cuánto tiempo va a durar?’, ‘¿qué vacuna es?’, ‘no quiero que me vayan a meter ese chip comunista’, ‘eh, eh, apúrese’, ‘¿por qué se tardaron tanto?’, ‘tienen la obligación de vacunarnos’, ‘es nuestro dinero’, ‘son nuestros impuestos’. Y ni siquiera nos dan las gracias al retirarse.”

        Ya antes, el presidente había calificado a la clase media como “aspiracionista… ingrata… sin escrúpulos morales… hitleriana y pinochetista”.

        El presidente indica que no generaliza, cuando se trata de la clase media.

        El presidente no debería generalizar en nada, si buscase la mayor certeza.

        El agradecimiento no es exclusivo de la gente pobre, como tampoco es monopolio de la clase media.

        Igualmente, los desagradecidos pueden ser de la clase media o de la pobre; en miembros de ambas clases puede germinar la ingratitud.

        Pero un presidente de la república, que tenga un mínimo de sensatez, debe gobernar para todos los mexicanos, repito, ¡para todos los mexicanos!, pues resulta insensato o locura imprudente, que marque oficialmente dicha división: de ricos, clase media y pobres, en la población bajo su gobierno, y sin tener sentido positivo a la vista.

        De 126 millones de mexicanos, ¿cuántos son de la clase media?

        Según el INEGI la clase media mexicana es el 42.2%; es decir, los miembros de esa clase socioeconómica son cerca de 53 millones y medio de humanos.

        Las clases sociales son una realidad. No hay duda; y, por esto, la Revolución Mexicana instituyó en la Constitución de 1917 las bases para que la clase medida sirviera de colchón entre ricos y pobres, y pudieran, éstos, irse sumando a la clase media del país.

        Al menos nuestra Carta Magna así lo ordena.

        Vale preguntar, ¿por qué a esos preceptos vigentes no los hacemos reales y positivos?, en lugar de que con una 4T aviesa y cínica se ande buscando, aventuradamente, suave piel al nopal espinoso, dientitos de leche al águila y chiches a la serpiente.

        Observemos, a su caída, el emperador Agustín de Iturbide calificó a sus súbditos de “ingratos”      

        Otro López, llamado Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna y Pérez de Lebrón (alias Antonio López de Santa Anna), de quien Justo Sierra escribe “que las masas populares se empeñaban en verlo como un mesías”, al ser derrotado aseguró mirar “un proceloso mar de ingratitud”.

        Ese López de Santa Anna a quien Enrique Krauze llamó “seductor de la patria”, siendo esta expresión utilizada por Enrique Serna como título de su atrayente novela, ese López (6 u 11 veces presidente, según se cuente) dijo en sus inicios que llegaba al poder “con toda humildad”, y concluyó, el sinvergüenza, como “alteza serenísima”.

        Y Porfirio Díaz Mori, ese destacado militar a quien Benito Juárez calificó como “un hombre que mata llorando”, pero a quien, llegado al poder, la multitud lo aclamó como “caudillo de la democracia”, porque se postuló a la presidencia de la república tres veces, bajo el lema de sufragio efectivo y no reelección; en las dos primeras fracaso, pero él denunció complot, por robarle esas elecciones.

        Mas la tercera fue la vencida.

        Porfirio Díaz llegó a la presidencia en 1877. Concluido el cuatrenio, no se reelige la primera vez. Pone a Manuel González como su títere en la presidencia. Terminada la simulación, se reelige ese “caudillo de la democracia” hasta que, por la fuerza de las armas, lo echaron de la presidencia en 1911.

        Díaz concentró todo el poder, y toda concentración tiene sus límites. Si se rebasan, explota e implota, por causas externas e internas. Por esto quedó desbancado a sus 81 años.

        Al subirse al Ipiranga (cañonero de la armada brasileña que lo llevó al exilio y a Europa) dijo a sus acompañantes: “Madero ha soltado el tigre; veremos si puede controlarlo”.

        Años después de vivir en París, y viajar por diversas partes del mundo, viejo, deprimido y abrumado, le dijo a Federico Gamboa: “Deseé la felicidad de mis compatriotas, y recibí su ingratitud… Me siento herido. Una parte del país se alzó en armas para derribarme, y la otra se cruzó de brazos para verme caer.”

        La historia se refrenda (en su dialéctica forma) una y otra vez. Son repeticiones fatídicas.

        El poderoso quiere que todos le agradezcan todo, ¡Vaya ingenuidad!; y al dejar el poder, o cuando el poder lo deja a él, o lo echan del poder, todos a su derredor son unos ingratos.

        Pocos han aprendido el arte de ejercer el poder; y frente a éstos, espíritus superiores, los mexicanos siempre son agradecidos, y jamás ingratos.