Carlos Torres Manzo
INTELIGENCIA
DISCRETA Y EFICAZ
"Me despido, no sé cuándo pueda
retornar. Se me empiezan a olvidar los nombres Doña Rosenda, y no recuerdo
quién es el autor de esa novela que lleva su nombre…", recién nos dijo
Carlos Torres Manzo.
"José Rubén Romero", le
respondemos casi al unísono mi esposa y yo, ya casi para levantarnos de la mesa
del restaurante moreliano en donde comimos, el día viernes 4 de octubre de este
año 2019, mi esposa y yo, con Doña Luz Alou y Carlos Torres Manzo.
Bismarck Izquierdo Rodríguez, también
ahí presente, ya le estaba dando su celular al dueño del establecimiento para
que con ese teléfono moderno nos tomará una foto del recuerdo a los cinco
comensales.
Durante muchos años, cada que venía a
Morelia la pareja Torres Manzo, recibíamos el obsequio de su presencia y, así,
llegamos a armar tertulias, agitadas y serias, con temas variados de interés
social.
Hoy, a diez días de aquel grato
encuentro, recibo la llamada telefónica de Arturo Álvarez del Castillo, quien
lacónico me suelta sin más: "acaba de morir el licenciado Carlos Torres
Manzo".
Le pido que me repita la noticia, y
después le expreso: "como sigue siendo nuestro común amigo, te doy el
pésame, y espero de ti lo mismo".
Carlos Torres Manzo, nacido en Coalcomán,
advino a una familia de clase media provinciana. Su padre fue, por muchos años,
juez del Registro Civil en ese lugar, y como Carlos fuera el segundo de una
familia numerosa, tuvo restricciones que él supo convertir en retos, a pesar de
su corta edad.
Su tío Ricardo Torres Gaytán, economista
destacado de la UNAM, impulsó a su sobrino Carlos al estudio; éste fue inscrito
en una escuela internado en Zamora, Michoacán, ahí tomó aprecio por la
literatura, y se dedicó con gozoso deleite a leer la poesía de Amado Nervo,
poeta nayarita que estudió en esa ciudad de Zamora en el siglo XIX.
Torres Manzo, economista mexicano con
postgrado en Inglaterra, resultó un escritor de calidad. Un decena de libros
son su producción, entre novelas, cuentos y ensayos: El ameritado profesor
Urzúa, Simplemente un té de limón, Cuentos de azul y verde…"
Su discreción táctica en el mundo de las
letras fue su agrado.
Torres Manzo fue un hábil economista, lo
demostró en Michoacán como gobernador, y en otros cargos de nivel federal. Como
secretario, en el gabinete presidencial, no logró hacer prevalecer sus teorías,
ya que le tocó un tiempo en que la economía nacional se manejaba directamente por
el presidente, y desde la residencia de Los Pinos.
Así que aplicó su discreción en el mundo
de la economía, incluidas sus bien organizadas empresas.
Carlos Torres Manzo mostró una gran
habilidad en el mundo de la política, desde la presidencia de la Federación de
Estudiantes de la UNAM hasta la gubernatura de Michoacán, logrando, con mucha
discreción, lo que muchos de nuestros gobernadores han deseado, pero no han
podido, hilar fino y calladito, para hacer que tres de sus colaboradores
llegarán, a su tiempo, a la gubernatura de Michoacán, interinos, pero
gobernadores a fin de cuentas.
"Yo no soy político",
aseguraba, pero operaba bien y con toda cautela dentro de esa ciencia.
En el mundo de la educación fue
sobresaliente. Organizó toda una universidad: la Latino de América, con
eficiencia en todos los órdenes, pero eso sí, con especial mesura de su parte.
A sus 94 años era un joven macizo lleno
de proyectos, nunca perdió el capital, como tampoco perdió el interés; me
refiero al interés más importante: el interés por vivir, y vivir de excelencia.
Tengo mucho material histórico literario
sobre la personalidad de Carlos Torres Manzo, como poseo substanciales datos de
todos los gobernadores que me ha tocado en suerte conocer y tratar. Espero que
pronto esa información se convierta en libro.
Tuve con Carlos Torres Manzo muchas diferencias; pero
ambos nos encargamos de fomentar nuestra amistad.
Los seres humanos, que destacan, causan
duradera impresión en las personas a quienes han tratado. Dona Luz y Don Carlos
son arquetipos perenes y estimados; a ella, a sus hijas y sus nietos, nuestra
solidaridad y respeto, para él, quien tuvo la delicadeza de armar para nosotros
su ceremonia de su adiós, nuestro reconocimiento y estima.