domingo, 18 de diciembre de 2016

LOGOS
Se acaba la corrupción
O SE ACABA EL GOBIERNO
        El general Rangel decía hace años, en una conversación informal de sobremesa: “Comparados con la corrupción gubernativa de ahora, los de mi tiempo eran tímidos raterillos”.
        Pero la deshonestidad es corrupción independientemente de su cuantía, se argumentó en respuesta a tal aseveración.
        Contestando el general que los montos de apropiaciones ilícitas tenían que ser considerados, pues no sólo agravaban el daño al erario, sino que en los comparativos sexenales hacían olvidar la corrupción de administraciones pasadas.
        Y eso vale la pena considerarlo en toda la amplitud de sus efectos, ya que cada administración sexenal apuesta a que se olvidarán sus corruptelas, pues los que vienen después empujando y presumiendo de honestos serán, sin lugar a duda, más rateros que los anteriores.
        Sin desconocer que en todo país la podredumbre comienza, como en los pescados, por y en la cabeza. Esta analogía no es metáfora, sino es un símil de realidad comprobada.
        Así que la corrupción se inicia en el gobierno y por el gobierno, y esto ha provocado históricamente que no pocos pensadores hayan desembocado en el anarquismo, algunos de destacado talento, como Pedro José Proudhon (1809-1865), de quien Carlos Marx (1818-1883), como su juez póstumo escribió: “era creador de paradojas brillantes, inesperadas, escandalosas y espectaculares, pero contradictorias”.
        Proudhon proponía desaparecer al gobierno, como forma de acabar con la corrupción, generada por la explotación del hombre por el hombre. Y en lugar del gobierno clásico y común, entregar el ejercicio del poder “a una sociedad viva, movida por la gente que trabaja, organizada en forma mutualista y con atribuciones normativas de autogestión”.
        Recientemente la Cámara Internacional de Comercio y la Comisión Nacional de Derechos Humanos dieron a conocer que “México se encuentra entre los 20 países con servidores públicos más corruptos”; pero lo más grave es que todas las leyes anticorrupción que el propio gobierno aprueba, a través de sus órganos y procedimientos legislativos, sirven menos que la famosa “carabina de Ambrosio”.
        Ya que si se aplican es para perseguir a sus enemigos, que es una manera grave de corrupción, exceptuándose ellos en el cumplimiento de tales normas. Obsérvese, como un preciso ejemplo, los aguinaldos millonarios que se otorgan, frente a un pueblo en miseria, los encumbrados funcionarios públicos de los tres poderes federales y estatales, y sus distinguidos funcionarios municipales, violando, casi todos ellos, lo ordenado por los artículos 13 y 127 de nuestra Carta Magna, al gozar de emolumentos que no son compensación a servicios públicos y estén fijados previamente por una ley, anual, equitativa, pública, la que no excederá la mitad de la establecida para el Presidente de la República ni igual o mayor a la de su superior jerárquico.
        Apliquemos esos preceptos constitucionales, y una Feliz Navidad para todos.