lunes, 22 de febrero de 2016

LOGOS
Nos seguimos desgarrando
EL MÉXICO EGOISTA
                El libro se llama Ética demostrada según el orden geométrico. El autor es Baruch Espinoza, (1632-1677) y nació en Ámsterdam, hoy capital de Holanda.
                Una proposición en esa obra es: “Cuanto más se esfuerza cada cual en buscar su utilidad, y cuanto más lo consigue, tanto más dotado de virtud está… La razón humana, así, dictamina qué es lo malo y lo bueno…”
                Con similar sintonía se sigue manifestando el filósofo español Fernando Savater, (1947) en su libro Ética para Amador: “Hay que seguir siendo egoístas, pero con un sano egoísmo”.
                Recordados los anteriores conceptos, analicemos lo que el Papa Francisco espetó, con irritación y rostro desencajado, a un joven mexicano durante su visita a la ciudad de Morelia: “Deja de ser egoísta”.
                El público masivo, del que formaba parte ese joven, había sido exaltado por la presencia, espiritualidad, y talento oratorio del pontífice. El ofuscado impertinente, en su intención de tocar y saludar al Papa lo jaló hasta hacerlo entrar en desequilibrio y encimarse sobre otro chico en silla de ruedas, lo que le ganó la expresión lapidaria: “deja de ser egoísta”.
                Ese joven anónimo, sin proponérselo, representó en ese incidente al México egoísta; empero, al egoísta insano, al egoísta para lo malo, el que no logra algo útil para sí a efecto de poder ayudar, así, a los demás.
                La ética al estilo Espinoza, o al modelo Savater, tiene su sentido lógico y práctico. Se observa en las reglas que actualmente se transmiten a los pasajeros aéreos: en caso de despresurización interior de la nave, primero colóquese su mascarilla y, después, ayude a los demás.
                Igual, para que alguien quiera a otro, debe quererse primero a sí mismo, sin que el quererse ofenda o perjudique a los otros.
                Claro que no hay normas éticas o morales absolutas; y todas, como productos humanos de relatividad concreta, conllevan la intención de mejorar a la especie.
                Por ello, hay egoísmo malo y egoísmo bueno. No podemos dejar de ser egoístas, si lo somos para hacer el bien a los demás. Dejemos de ser egoístas si con ello les provocamos daño a los otros.
                Lamentablemente en ese caso, al parecer, el joven fue egoísta para mal y, como él, hubo un considerable número de egoístas malos con los que el Papa Francisco se topó durante su viaje a México.
                Poderosos que, buscando sólo la foto, con su soberbia y vanidad desplazaron a personas humildes que requerían del acercamiento de ese guía y símbolo espiritual.
                Personas que ante los conceptos simples y profundos, y la actitud humilde del vicario, respondieron con circo de olimpiada o espectáculo de Las Vegas, fuera totalmente de contexto, y no apto para pueblos de pobreza extrema.
                Sujetos que utilizaron al Papa como atractivo turístico y objeto de movilidad económica, espantando a los posibles turistas con tácticas descabelladas y absurdas.
                “Les pido que recen por mí”, frase papal constante. Imploremos que sea un egoísmo para bien.