miércoles, 2 de marzo de 2016

LOGOS
El capital no tiene madre
NI PATRIA NI RELIGIÓN
                El inicio de la administración del Presidente Enrique Peña Nieto generó esperanzas. Enredados y explosivos problemas recibió de herencia. Tres graves asuntos vinculados entre sí destacaban: el económico, el educativo, y la seguridad pública.
                En su cuarto año de ejercicio el balance no le favorece. Su desgaste va en aumento, y el avance en la solución de esos conflictos es, cuando más, superficial y de apariencias.
                No ahondar en la resolución de conflictos, no llegar a la raíz de cada asunto, no cimentar sólidamente las soluciones, no aplicar la dirección correcta para cada caso, no andar maquillando con publicidad los actos de autoridad, no gobernar con un horizonte de largo alcance en bien del desarrollo de la mayoría de los mexicanos, son errores, todos éstos, que venimos arrastrando desde hace sexenios.
                Pero eso no descarga de responsabilidad al actual jefe de Estado y, además, jefe de gobierno. En dos años y meses el Presidente Peña Nieto bien podría, con impecable veracidad, eficacia, honradez, y con la población, iniciar bases firmes para las soluciones requeridas.
                Ningún presidente de México, llámese como se llame, tiene capacidad, por sí solo, para resolver los problemas del país. Ningún gabinete presidencial, por más excelente que sea, puede realizar ese titánico trabajo, aislado de la fuerza social. El conjunto de los tres poderes federales en compañía de los 32 gobiernos de nuestras entidades federativas, más los 2448 gobiernos municipales, tampoco podrán efectuar esa labor, si no los apoya el pueblo y les tiene confianza.
                La sociedad mexicana tiene la suficiente capacidad para captar a quienes le hablan con honradez y veracidad. Y el día que un presidente de la república, de manera sencilla, clara y breve, nos explique, por ejemplo, los problemas económicos que padecemos, desde su punto de vista; y sea sensible y humilde para escuchar a quienes pueden y quieren aportar sus ideas al respecto, dejaremos atrás al México de las mentiras.
                Debemos empezar a reconocer que tenemos un crecimiento económico decepcionante, tanto por motivos externos como internos, y éstos últimos son, por obvias razones, los que están de inmediato a nuestro alcance para resolverlos.
                La corrupción en México casi toca a todo, a grado de ser, por sí, un cóctel explosivo. A esto sumemos todos los padecimientos económicos: inflación, desempleo, devaluación, baja calidad y escasa productividad de bienes y servicios, pésima distribución de la riqueza, pesimismo, endeudamiento, malos vendedores de recursos y mano de obra, desordenados, pésima política monetaria, sin una sana y sólida estructura económica, siempre presionados, inestables, y bajo riesgos y burbujas a punto de reventar.
                ¡Ah!, eso sí, con un discurso reiterativo desgastado, y desgastante: ¡Todo marcha muy bien!
                Mientras, el trabajo organizado da todo. El capital ni tiene madre ni patria.