LOGOS
El capital no tiene madre
NI PATRIA NI RELIGIÓN
El
inicio de la administración del Presidente Enrique Peña Nieto generó
esperanzas. Enredados y explosivos problemas recibió de herencia. Tres graves asuntos
vinculados entre sí destacaban: el económico, el educativo, y la seguridad
pública.
En su
cuarto año de ejercicio el balance no le favorece. Su desgaste va en aumento, y
el avance en la solución de esos conflictos es, cuando más, superficial y de
apariencias.
No
ahondar en la resolución de conflictos, no llegar a la raíz de cada asunto, no
cimentar sólidamente las soluciones, no aplicar la dirección correcta para cada
caso, no andar maquillando con publicidad los actos de autoridad, no gobernar
con un horizonte de largo alcance en bien del desarrollo de la mayoría de los
mexicanos, son errores, todos éstos, que venimos arrastrando desde hace
sexenios.
Pero
eso no descarga de responsabilidad al actual jefe de Estado y, además, jefe de
gobierno. En dos años y meses el Presidente Peña Nieto bien podría, con
impecable veracidad, eficacia, honradez, y con la población, iniciar bases
firmes para las soluciones requeridas.
Ningún
presidente de México, llámese como se llame, tiene capacidad, por sí solo, para
resolver los problemas del país. Ningún gabinete presidencial, por más
excelente que sea, puede realizar ese titánico trabajo, aislado de la fuerza
social. El conjunto de los tres poderes federales en compañía de los 32
gobiernos de nuestras entidades federativas, más los 2448 gobiernos
municipales, tampoco podrán efectuar esa labor, si no los apoya el pueblo y les
tiene confianza.
La
sociedad mexicana tiene la suficiente capacidad para captar a quienes le hablan
con honradez y veracidad. Y el día que un presidente de la república, de manera
sencilla, clara y breve, nos explique, por ejemplo, los problemas económicos
que padecemos, desde su punto de vista; y sea sensible y humilde para escuchar
a quienes pueden y quieren aportar sus ideas al respecto, dejaremos atrás al
México de las mentiras.
Debemos
empezar a reconocer que tenemos un crecimiento económico decepcionante, tanto
por motivos externos como internos, y éstos últimos son, por obvias razones,
los que están de inmediato a nuestro alcance para resolverlos.
La
corrupción en México casi toca a todo, a grado de ser, por sí, un cóctel
explosivo. A esto sumemos todos los padecimientos económicos: inflación,
desempleo, devaluación, baja calidad y escasa productividad de bienes y
servicios, pésima distribución de la riqueza, pesimismo, endeudamiento, malos
vendedores de recursos y mano de obra, desordenados, pésima política monetaria,
sin una sana y sólida estructura económica, siempre presionados, inestables, y
bajo riesgos y burbujas a punto de reventar.
¡Ah!,
eso sí, con un discurso reiterativo desgastado, y desgastante: ¡Todo marcha muy
bien!
Mientras,
el trabajo organizado da todo. El capital ni tiene madre ni patria.