martes, 17 de noviembre de 2015

LOGOS
Rencores de preguerra
EL ODIO ASESINA A LA RAZÓN
        "Me da tristeza ver a México tan descompuesto y a la deriva", afirmó Fernando del Paso, Premio Cervantes 2015, mexicano de corazón, y literato que aspira a ser historiador, según su frase cargada de ironía.
        Bien puede don Fernando expresar el 23 de abril del 2016 en la Universidad de Alcalá de Henares, en España, al recibir ese ameritado premio, que le da tristeza ver al mundo tan descompuesto y a la deriva, ya que no es un mal exclusivo de nuestro país, sino compartido, en desgracia global, por todas las naciones del orbe.
        En todo el planeta se percibe el mal ambiente. Se vive y se  sobrevive en la maldad generada por otras maldades, y la cual está produciendo, ya, actos inescrupulosos de destrucción inhumana por venganza y por odio.
        París sólo ha sido un escenario eficaz para que el desquite, del fundamentalismo islámico, se satisfaga ante los ojos de sus seguidores, quienes hierven de cólera, y locura, por los bombardeos asesinos en Siria, por parte de los gobiernos de EU, Francia, Gran Bretaña, y Alemania, entre otros.
        La lucha actual no es entre inocentes, ni entre una parte culpable y otra buena. Es entre malos, cuya perversidad es provocada por su ambición, miedo, crueldad, intolerancia, pero sobre todo su incapacidad para comprender el alma de los otros que no creen ni se comportan igual que los seres humanos productos de la cultura occidental.
        Y en todo ello están enredados problemas económicos, políticos, energéticos, religiosos, bélicos, y desde luego culturales; mezcla atractivísima para los mercaderes de la guerra.
        Eso pasa en lo macro, en todo el globo terráqueo, pero también en lo micro; en México por ejemplo, y agravado en algunas regiones de nuestro país.
        Las fuerzas subterráneas de esos movimientos de recomposición y descomposición de las relaciones entre los seres humanos pueden, como en el caso de los volcanes, reventar por cualquier parte, con características propias de los lugares y circunstancias, pero en esencia es la misma o similar etiología, con variables en su violencia.
        Los poderosos, en lo macro o en lo micro, tienen en razón de su poder (económico, político, social, educativo, etcétera) mayor responsabilidad y, desafortunadamente, llevan hasta el extremo su soberbia, vicios e irresponsabilidad, su arrogancia y riqueza, y con ello crecen las desigualdades de toda índole, hasta el estallido final.
        Así los desfavorecidos en Michoacán, Guerrero, Oaxaca, Chipas, o en Siria, Afganistán, Iraq, Somalia, para hacer cita sólo de algunos, reciben de los poderosos agravios tanto económicos y políticos, como policiacos y de fuerzas armadas, los que se acumulan, multiplicando los rencores, hasta que explotan, pudiendo llegar a estremecer al mundo.
        Cada día la gente aguanta menos, y empieza a perder el respeto a los poderosos.
        Ante esa amenazadora mezcla explosiva, no permitamos que el odio asesine a la razón.