LOGOS
“Soy la cabeza del proletariado”
LA JAULA DE LAS CORCHOLATAS
México
padece, todavía, a un tirano charlatán que creó a sus tres corcholatas
preferidas.
Ese opresor,
en su juego burlesco electorero, admitió a otras tres corcholatas de menor
envergadura, quienes mienten al afirmar que pueden ser candidatos a la
presidencia de la república por morena, cuando en su fuero interno sólo buscan
algún premio de consolación, al servir de simples paleros.
Las seis
corcholatas están enjauladas por el autócrata.
Esa
prepotente botella ejecutiva, así las sigue llamando: “corcholatas”, para
sobajarlas.
Le han
servido para embonar su redoma, y sueña que las seguirá utilizando.
Formalmente,
en septiembre de este año, el dedo dictatorial designará a una de las tres
predilectas como candidato de morena a la presidencia de México.
Todo su
poderío (incluido el erario federal, estatal y municipal, a cargo de
morenistas) lo utilizará para que su corcholata designada triunfe; y una vez
sentada en la silla presidencial, ésa proseguirá como su corcholata, o su
títere.
En su
fantasía, decide que sus seis corcholatas permanezcan en su jaula, todas con altos
cargos públicos en el gobierno federal, para obedecer ciegamente a su amo.
Sin embargo,
puede ser que su ilusión se le convierta en filosa pesadilla.
Primero,
porque casi es seguro que la ciudadanía mexicana logre unir su gran fuerza con
la Alianza por México; y, así, derrotar al candidato presidencial del dictador.
Segundo,
porque tiene márgenes amplios la posibilidad de que se le rebele la o el
designado, en saliéndose de la jaula.
Es verdad
que, ahorita, sus seis corcholatas lo siguen cultivando al máximo, llegando
hasta la degradación.
Pero también
es cierto que, desde que las corcholatas andan en campaña inconstitucional y
electorera, la agenda nacional y la publicidad en el país ya no son exclusivas
del dueño de la jaula.
Cuando alguna
de esas corcholatas logre que el dedazo presidencial le otorgue la candidatura
a la presidencia por morena, puede que ya no retornar a la jaula; y/o, en
tomado el poder, puede que el enjaulado sea el actual autócrata todavía
insuflado.
De esa
manera, al embriagado, de tanto poder, le puede llegar la cruda política, esa
resaca tan calamitosa.
Mientras,
las turbulencias políticas no paran, sino aumentan, provocadas por una
inseguridad pública sangrienta, malsana, que ha cubierto de cadáveres todo el
territorio patrio.
Los abrazos
del déspota generan muertos; y él se hace la víctima.
La pobreza,
el desempleo y el pésimo reparto de la riqueza nacional, abonan a las
agitaciones de orden político. Esto es culpa del ejecutivo actual; pero él se
presenta como el dañado.
Y la
educación y la salud pública están en franco rezago, muy lejos de Dinamarca y
muy cerca de la Ruana, Michoacán; mientras el autócrata señala como culpables a
otros, ya que él ha escogido ser el mártir.
Ese
cabecilla mandón, (a quien le gusta auto festejarse, gastando en eso el dinero
de nuestros impuestos) ordenó acarrear gente de todo el país al zócalo de la
CDMX, el primero de julio próximo anterior.
Los serviles
acarreadores fueron los gobernadores morenistas; en tanto que las corcholatas
estuvieron exhibidas en su jaula.
Ante no más
de 150 mil acarreados (ya que en ese espacio del zócalo no pueden caber más) el
jefe de la banda aseguró hacia Europa: “En México no existe un narcoestado”. Y
rápido, desde aquel continente se contestó: “Lo que existe es un estado narco”.
Frente a la
nación afirmó el presidente: “Nuestro movimiento está más fuerte que nunca”,
transgrediendo la Carta Magna y las leyes electorales; ¿o es presidente de
todos los mexicanos, o es presidente exclusivamente de su movimiento?
Entre
mentiras, medias mentiras y medias verdades, el autócrata contó que José
Revueltas un día dijo: “En México el proletariado no tiene cabeza”; y de
inmediato agregó el dueño de la jaula: “Yo soy la cabeza del proletariado”.
¡Ni el
proletariado le merece respeto!, a ese soberbio.
Andrés, pide
perdón al pueblo por haberlo engañado, pide perdón al pueblo por haberlo
robado, pide perdón al pueblo por haberlo traicionado.