lunes, 12 de abril de 2021

 LOGOS  

Manos de los políticos

SE LAVAN CON AGUA SUCIA

        La pandemia de covid sorprendió a México en el momento que el país padece un gobierno con política de salud muy cercana a la Edad Media: “detente maligno… un billete de dos dólares… invento de los conservadores… presidente vacunado con los baños de pueblo… anillo al dedo… toco madera”.

        Y como en la época feudal, las autoridades mexicanas no saben, a ciencia cierta, ni cuándo ni cómo ni por qué llegó, ni cuántos muertos produjo ese mal, agravado por el poder público.

        Tampoco comprenden ni vislumbran, con técnica exacta, por qué baja y sube la mortandad, la razón de sus oleadas, y la forma en que extremas temperaturas contrapuestas, o aguaceros torrenciales, llegarán a ser los liberadores naturales de ese contagio viral.

        Parte de nuestra edad media está, actualmente, en una fracción del cerebro del presidente Andrés Manuel López Obrador y, acaso, muchos mexicanos vivamos también con esa mezcla.

        Nuestra política electoral en este año 2021 también sufre, en su estructura, conductas de feudalismo salvaje, basta con ver el contubernio del presidente Amlo con Félix Salgado Macedonio.

        La forma en que opera el poder presidencial para que (con razón o sin ella) el Tribunal Federal Electoral del Poder Judicial de la Federación se lave las manos, y regrese la papa hirviendo al Instituto Nacional Electoral, es feudal.

        Jesús Reyes Heroles, ideólogo político mexicano, afirmó con denunciadora agudeza que: “en la política hay que aprender a lavarse las manos con agua sucia”.

        Y está tan hediondo ese líquido producido al lavarse las manos López Obrador, Salgado Macedonio y el Tribunal Federal Electoral que, para el caso, el propio Reyes Heroles le hubiese aplicado al candidato guerrerense otra de sus frases: “No se olvide, donde cabeza chica se calienta, cabeza grande no piensa”, y se cometen pendejadas, las que deben castigarse.

        Al presidente las instituciones y las leyes no le valen nada, salvo las que le sirven para sus intereses de tono medieval.

        Recordemos que las instituciones y leyes del país le permitieron a Andrés Manuel llegar a la Presidencia de México, como la legislación electoral y el INE.

        Pero, ahora, el ejecutivo federal está dispuesto a destruirlos.

        La veda electoral (que nuestro derecho establece para toda autoridad) para López Obrador no existe. Sus mañaneras siguen siendo su apoteosis propagandista.

        Y con toda su publicidad el presidente cubre su impericia, su pudrición y los fracasos de su obradorato.

        Con todo y los equívocos presidenciales, vivimos en un renacimiento avanzado, pero cargamos con un feudalismo autócrata enarbolado por Andrés Manuel López Obrador.

        Toda su fuerza dictatorial se ha descargado contra el INE, realizándose, como se esperaba, una elección de Estado. La edad media mexicana no se ha ido del todo.

        López Obrador prometió acabar con la pobreza, y ha generado 10 millones más de pobres.

        Ofreció Andrés Manuel subir en su primer año, de ejercicio presidencial, nuestro producto interno bruto a más un 8%; y a poco más de dos años de su gobierno lo derrumbó a cerca de menos 9%.

        Amlo dio su palabra de que en su primer año de gobierno iba a generar un millón de empleos; y en sus cerca de 28 meses de administración se han perdido 12 millones de plazas laborales.

        Observemos, ¿cuánto ha subido el litro de la gasolina?; y aseguró el presidente que no habría gasolinazos.

        ¿Cuánto te cuesta ahora, estimado lector, la tortilla, pan, leche, huevo, frijol, y todos los demás alimentos básicos? Y la carestía crece, y se nos viene encima.

        Mientras la población sufre, desde el palacio del presidente feudal se siguen manipulando sus promesas y, curiosamente, cada mañana con el mismo montaje; y con ese montaje repetido, el mismo discurso.