miércoles, 8 de abril de 2020

LOGOS
Días de guardar
CADA QUIEN SU CRISTO
                Todo cambia, hasta el cambio cambia, y el cambio del cambio también cambia. Nada está fijo. Nada es inamovible.
                La cultura hebrea, su Biblia, el dios de ese libro de libros con sus tres personas distintas, pero un solo dios verdadero, han venido cambiando con el decurso de los siglos.
                No es igual el dios hijo que anunciaron los profetas de Israel, que enviaría dios padre a su pueblo hebreo elegido (y que aún no llega como lo asegura el judaísmo), al dios hijo que, según los romanos creadores del cristianismo, ya llegó desde hace más de XX siglos.
                Ese Jesucristo que ya llegó difiere poco, algo o mucho, según sus biógrafos; incluso los oficiales: Mateo, Lucas, Marcos y Juan.
                Y vaya que es bien diferente el personaje recreado y adoptado por el Imperio Romano en el primer Concilio de Nicea (actual Iznik, en Turquía) convocado y orientado por Constantino en el año 325 de nuestra era, al Jesucristo que detalla el florentino Giovanni Papini (1881-1956) en su Historia de Cristo, o al que describe el londinense Robert Graves (1895-1985) en su libro Rey Jesús.
                Papini gozó de fama de ateo, y terminó siendo un creyente a su manera, escribiendo con la abundante fuerza de sus conceptos uno de los mejores evangelios.
                Escribió Papini casi en sus primeras líneas: “… los que se dicen ‘espíritus libres’… deliran por asesinar por segunda vez a Jesús. Por matarlo en el corazón de los hombres… esta segunda agonía de Cristo estaba en los penúltimos estertores, se adelantaron los necróforos búfalos presuntuosos que habían tomado las bibliotecas por establos, cerebros aerostáticos, que creían tocar el cielo subiendo en el globo de la filosofía…”
                Para al final, después de analizar con su estilo las etapas de la vida de Jesús, sentenciar: “¡oh, Crucificado!, que fuiste atormentado por amor nuestro, y ahora nos atormentas con todo el poderío de tu implacable amor”.
                Graves, en cambio, subraya que escribe “… la historia del hacedor de maravillas Jesús, legítimo heredero de los dominios de Herodes, rey de los judíos, que en el año quincuagésimo del emperador Tiberio fue condenado a muerte por Poncio Pilatos, gobernador general de Judea”; es decir, observa y describe a un Cristo que, en el fondo de su vida, es generador de un gran fenómeno político, ya que no era ni hijo de dios ni un profeta ni mago espiritual, sino un sucesor auténtico del trono, que terminó en una tragedia.
                Casi al final dice Graves que José de Arimatea logró que Pilatos le entregara los tres cuerpos de los crucificados, y que el fariseo rico Nicodemo “envió a José un costoso paquete de mirra y áloe con un mensaje: Para el entierro de cierto hombre inocente”.
                Ultimando Graves: “… Jesús sigue viviendo como un poder ligado a la tierra… aún no ha ascendido al cielo. Es un poder del bien… en tanto que los demás poderes de la tierra son malignos”.
                Si reuniéramos todo lo que se ha apuntado sobre Jesucristo y su pasión, nos daríamos cuenta de que cada uno de los escritores tiene su propio personaje, y lo presenta con naturaleza y rasgos propios de su deseo creador.
        Los días de guardar también han cambiado, ahora sobre todo son por razones sanitarias de coronavirus; empero, la figura de todo ser humano en donde prevalezca lo bueno como virtud, debe servirnos siempre de arquetipo.