LOGOS
Días de guardar
CADA QUIEN SU CRISTO
Todo
cambia, hasta el cambio cambia, y el cambio del cambio también cambia. Nada
está fijo. Nada es inamovible.
La
cultura hebrea, su Biblia, el dios de ese libro de libros con sus tres personas
distintas, pero un solo dios verdadero, han venido cambiando con el decurso de
los siglos.
No es
igual el dios hijo que anunciaron los profetas de Israel, que enviaría dios
padre a su pueblo hebreo elegido (y que aún no llega como lo asegura el
judaísmo), al dios hijo que, según los romanos creadores del cristianismo, ya
llegó desde hace más de XX siglos.
Ese
Jesucristo que ya llegó difiere poco, algo o mucho, según sus biógrafos;
incluso los oficiales: Mateo, Lucas, Marcos y Juan.
Y vaya
que es bien diferente el personaje recreado y adoptado por el Imperio Romano en
el primer Concilio de Nicea (actual Iznik, en Turquía) convocado y orientado
por Constantino en el año 325 de nuestra era, al Jesucristo que detalla el
florentino Giovanni Papini (1881-1956) en su Historia de Cristo, o al que
describe el londinense Robert Graves (1895-1985) en su libro Rey Jesús.
Papini
gozó de fama de ateo, y terminó siendo un creyente a su manera, escribiendo con
la abundante fuerza de sus conceptos uno de los mejores evangelios.
Escribió
Papini casi en sus primeras líneas: “… los que se dicen ‘espíritus libres’…
deliran por asesinar por segunda vez a Jesús. Por matarlo en el corazón de los
hombres… esta segunda agonía de Cristo estaba en los penúltimos estertores, se
adelantaron los necróforos búfalos presuntuosos que habían tomado las bibliotecas
por establos, cerebros aerostáticos, que creían tocar el cielo subiendo en el
globo de la filosofía…”
Para al
final, después de analizar con su estilo las etapas de la vida de Jesús,
sentenciar: “¡oh, Crucificado!, que fuiste atormentado por amor nuestro, y
ahora nos atormentas con todo el poderío de tu implacable amor”.
Graves,
en cambio, subraya que escribe “… la historia del hacedor de maravillas Jesús,
legítimo heredero de los dominios de Herodes, rey de los judíos, que en el año
quincuagésimo del emperador Tiberio fue condenado a muerte por Poncio Pilatos,
gobernador general de Judea”; es decir, observa y describe a un Cristo que, en
el fondo de su vida, es generador de un gran fenómeno político, ya que no era
ni hijo de dios ni un profeta ni mago espiritual, sino un sucesor auténtico del
trono, que terminó en una tragedia.
Casi al
final dice Graves que José de Arimatea logró que Pilatos le entregara los tres
cuerpos de los crucificados, y que el fariseo rico Nicodemo “envió a José un
costoso paquete de mirra y áloe con un mensaje: Para el entierro de cierto
hombre inocente”.
Ultimando
Graves: “… Jesús sigue viviendo como un poder ligado a la tierra… aún no ha
ascendido al cielo. Es un poder del bien… en tanto que los demás poderes de la
tierra son malignos”.
Si
reuniéramos todo lo que se ha apuntado sobre Jesucristo y su pasión, nos
daríamos cuenta de que cada uno de los escritores tiene su propio personaje, y
lo presenta con naturaleza y rasgos propios de su deseo creador.
Los días de guardar también han
cambiado, ahora sobre todo son por razones sanitarias de coronavirus; empero,
la figura de todo ser humano en donde prevalezca lo bueno como virtud, debe
servirnos siempre de arquetipo.