LOGOS
Una casita que tengo
EN PALACIO NACIONAL
El presidente Andrés Manuel López
Obrador para dar prueba suficiente de su austeridad republicana, su honradez y
su humildad, se negó a ocupar, ya con su investidura de titular del ejecutivo
federal, la residencia oficial de Los Pinos.
Su determinación al respecto la anunció
desde la campaña, y se observó ad hoc con su repulsa a lo fastuoso.
Pero el poder suscita cambios
sorprendentes en los seres humanos, y los hace buscar a cualquier costo sus
ansiados sueños respecto a sus necesidades vitales, como el dónde habitar.
El bucólico sentido artístico de Manuel
José Othón (1858-1906) dio lugar al hermoso poema La casita: "Que de dónde
amigo vengo, de una casita que tengo más abajo del trigal…"
Y Oscar Chávez con su canto hizo una
rebelde y llamativa parodia al verso del potosino: "Que de dónde amigo
vengo, de una casita que tengo por allá en El Pedregal…"
Pero ahora, el presidente AMLO so
pretexto histórico de que en Palacio Nacional vivió y murió el Presidente
Benito Juárez, y con la excusa histriónica de que ahí el presidente Felipe
Calderón hizo un departamentito, decidió con toda modestia (haciendo arreglitos
de varios millones de pesos a ese inmueble centenario) ir a vivir oficialmente
con su familia a Palacio Nacional.
Ese acomodo de hacer su casita en tan
ostentoso inmueble, supongo que lo tomó solo él. Ignoró si en alguna de sus
conferencias incesantes, o en algún mitin, pidió a los respetables asistentes que
levantaran la mano quienes estuvieran de acuerdo en que su nidito matrimonial fuera
en la sede oficial del poder ejecutivo federal.
No sé si le pidieron o exigieron los 70
millones de mexicanos que asevera AMLO que lo apoyan ya, en este verano 2019, que
ahí asentara su mansión.
Tampoco tengo datos de cuánto puede
costar la renta diaria de ese inmueble gubernativo, con todos los servicios que
recibe, y si AMLO pueda sufragar ese costo con los 108 mil pesos mensuales que
le pagamos.
Estoy lejos de la mezquindad y de la
envidia, mi manera de pensar, decir y hacer, está demasiado distante del
neoliberalismo, pero no me parece ni jurídico ni ético que un bien inmueble
público y catalogado como histórico, sea casa habitación de un funcionario, por
más alto que sea el cargo.
En México el presidente de la república
es la figura más poderosa; y su conducta incita a la imitación (casi siempre
burda y ridícula) de la apodada clase política.
Y como siempre los comportes óptimos son
muy difíciles de remedar, la emulación al poderoso se realiza en sus pésimos
actos.
En esa virtud (no tan virtuosa) los
señores gobernadores o los presidentes municipales podrían hacer su casita
marital en los palacios de gobierno y en los palacios municipales,
respectivamente, con todo y familiares.
No califico bien ese logro de la
cuartísima (o cuatísima) transformación.
Palacio Nacional, en nuestro tiempo, no
tiene vocación de alcoba conyugal ni sede para la familia reinante.