LOGOS
Ebrio
de poder
SIN
PENSAR EN LA RESACA
La Semana Santa del 2023 servirá, entre
otras cosas, para dar un respiro a la cabeza patibularia que desde su púlpito,
en Palacio Nacional, mal gobierna a México.
Esos migrantes en Ciudad Juárez no eran
delincuentes, y no tenían por qué estar tras de rejas con chapas y candados, al
inicio de la semana próxima anterior.
Al siguiente día de estos asesinatos de
estado, el presidente Andrés Manuel López Obrador sentenció en forma sumarísima:
“Esto tuvo que ver con una protesta que los migrantes iniciaron, a partir,
suponemos, de que se enteraron de que iban a ser deportados. Y como protesta,
en la puerta del albergue pusieron colchonetas y les prendieron fuego, sin
imaginar que esto iba a causar esa terrible desgracia”.
En síntesis y en inicio, responsabilizó
Andrés Manuel a esos migrantes, por simple decreto oral.
Contrario a esa versión oficial (realista,
pero mezquino), el secretario de Gobernación Adán Augusto López, alterado,
afirmó: “El secretario de Gobernación no es el encargado de operar el sistema
migratorio… es Marcelo, el secretario de Relaciones Exteriores, quien se
encarga de ese tema migratorio”.
Una vocera de la cancillería fue
tajante: “El Instituto Nacional de Migración es parte de gobernación y no de
relaciones exteriores”; para después, Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones
Exteriores afirmar con mayor profesionalismo: “Dejo cualquier consideración de
índole política para otros momentos. Cada cual debe hacer lo que le corresponda
en esta hora”.
El presidente López se encargó de fijar
el número de muertos: 39; y en su terquedad lo sigue asegurando, aunque una
realidad impertinente la coloca en 43 muertos hasta este momento.
Con esa imprudencia del destino, el
fuego le llegó a los aparejos al señor presidente.
Nuestros antepasados, los homínidos,
tienen cuatro y medio millones de años migrando por todo el planeta, y seguirán
migrando mientras el ser humano viva. Y esto no es culpa de López Obrador.
La responsabilidad total del actual
presidente mexicano, la que le es propia y personalísima, es la muerte (no de
39), sino de más de un millón de seres humanos durante el tiempo de su
ejercicio gubernativo, por su desacertada, tiránica, divisionista y arrebatada,
política de salud pública, de migración, de seguridad pública, de economía, de
trato directo al crimen organizado, del huachicol que no se acabó en
Tlahuelilpan, de militarización del país, y de un sinfín de deslices y dislates
que han terminado en asesinatos.
Ante todo eso, el presidente López
confiesa: “La tragedia migrante me partió el alma”.
Esa
puede ser una más de sus mentiras, pues millones de mexicanos piensan que es un
tipo desalmado, un ebrio de poder, que no piensa ni en su propia resaca.
En
derredor del fuego de esos asesinatos, se han destapado muchas cloacas:, pero
sobre todo la del cónsul honorario nicaragüense corrupto, la de compañías de
seguros rateras, la de seguridad privada inepta y ladronzuela, pero sobre todo,
la de ineptitud del gabinete; así, da el tufo de pejelagarto tatemado, quien al
final de cuentas es el responsable de todo ello.
Los
mexicanos reconstruiremos a México; mientras, el humo y el fuego de esa prisión
de Ciudad Juárez (que no albergue), junto al olor de cadáveres humanos calcinados,
los llevará en su olfato López Obrador, hasta el último día de su existencia.