LOGOS
Benito
Juárez
LOS
IMITADORES SON GROTESCOS
El hecho histórico es que el presidente
Benito Juárez murió cerca de las 5 de la mañana del día 18 de julio de 1872,
teniendo una larga y dolorosa agonía.
Y hasta el último momento estuvo
consciente, pues no se daba por vencido, responsabilizándose del poder hasta el
último segundo.
Ecuánime como era él, recibía informes y
deba instrucciones a sus colaboradores respecto a los graves problemas que se
vivían.
Constantemente recibía en su pecho
desnudo, por parte del médico que lo atendía, paños metidos en agua hirviendo
que lo quemaban, pero lo sostenían en vida.
Al exterior de su habitación en Palacio
Nacional se desmentía la gravedad de su mal, diagnosticado como “angina de
pecho”.
A la media noche, antes de fallecer,
recibió a un ministro, y después a un general. No quiso atenderlos postrado,
sino con la formalidad de su vestimenta ordinaria.
Después regresó a su duro tratamiento.
Al
doctor le había pedido, horas antes, que con franqueza le dijera cuál era su
condición. La sincera opinión del profesionista no se hizo esperar.
Así
que el presidente decidió ya no recibir a nadie más, para dedicarse por entero
al asunto personal de mayor importancia: morir.
Y
al morir, desaparecieron todos sus enemigos.
Al
escuchar las descargas de los cañones rindiendo honores al gran muerto, todos
le alabaron sin rencilla alguna.
Eso
forma parte de la condición humana.
Pero
pronto se dio la lucha por el poder. De inmediato ocupó la presidencia el
Abogado Sebastián Lerdo de Tejada, estando en la presidencia hasta el 1876. Se
lanzó a la reelección, chocando con el General Porfirio Díaz. La Honorable
Suprema Corte de Justicia de la Nación anuló el triunfo de Lerdo de Tejada,
calificándolo de “un golpe de estado”, y tomando el poder por algunos días el
presidente de la Corte José María Iglesias, por mandato de ley, interinamente.
Porfirio
Díaz ganó el poder en 1876, ejerciéndolo, directa o indirectamente, por más de
34 años, a pesar de que su campaña tenía como lema: “Sufragio Efectivo. No
Reelección”.
Juárez
fue un presidente que siempre respeto el derecho. Escogió colaboradores más
preparados que él y los dejó que con plena libertad ejercieran sus
atribuciones. Fue inquebrantable en su proyecto de unir a los mexicanos, siendo
respetuoso con sus adversarios. Encabezó la generación creadora del moderno
Estado Mexicano: el Estado Civil y Laico; antes México era estado eclesiástico.
Su humanismo estuvo siempre por encima de su condición indígena, el derecho se
aplicaba igual para todos. Su inteligencia y perseverancia motivaron la caída
de dos emperadores: Maximiliano y Napoleón III. Pastor de palabras exactas,
breves y veraces; no fue mentiroso. Excelente estudiante, destacado abogado,
presidente ejemplar. Recibió muchas injurias; jamás respondió a ellas ni
injurió a nadie.
Ningún
humano es perfecto; pero “el príncipe de la palabra”, Jesús Urueta (1867-1920),
mexicano de Chihuahua, quien nunca leía discursos, sino siempre improvisaba, al
pronunciar su disertación en recuerdo de Juárez en la CDMX el 18 de julio de
1901 afirmó: “Esta fecha no es una fecha de duelo colectivo, sino de universal
regocijo… no es el día de la muerte, es, señores, el día de la resurrección… El
versículo de la Sulamita es eternamente cierto, el amor triunfa sobre la muerte.
Benito Juárez no está bajo su lápida mortuoria convertido en ceniza, está
dentro de nuestras almas convertido en idea, en sentimiento, en aspiración…
Juárez en su ataúd, descansaba. Se le creía muerto. Ahí acudieron sus
discípulos de patriotismo y de infortunio, y en vez de sentir la dolorosa
agonía de la esperanza, sintieron brotar en sus almas una esperanza nueva… Entonces,
fue cuando Guillermo Prieto, infundiendo en la frase toda la fuerza vital de su
infinito anhelo gritó: De pie señor, de pie, a ese grito poderoso como un
conjuro se hizo el milagro, el muerto sacudió el sudario y se puso de pie en la
conciencia nacional.”
La
retórica literaria también es realidad.
Juárez,
como todo humano, es único e irrepetible. Sus imitadores siempre resultarán
grotescos.