martes, 11 de julio de 2017

LOGOS
¿Estado, empresas, o crimen organizado?
MEJOR DISTRIBUCIÓN DE LA RIQUEZA
        La sociedad humana, en una etapa de su desarrollo, creó al Estado, tal cual hoy lo conocemos: una persona moral constituida de población y territorio; y de cuya población emana la soberanía, el gobierno y la organización jurídica.
        Cinco ingredientes en pleno poder supremo y activo (dos básicos y tres derivados de la población) son el Estado, representado por otra persona moral: el gobierno y, éste, representado por las autoridades, personas físicas que directamente ejercen las atribuciones del Estado.
        Dentro de esas facultades se encuentran las que corresponden al fenómeno económico, y una parte toral de éste es la distribución de la riqueza, es decir, de los bienes y servicios producidos por el trabajo socialmente organizado.
        Pero cuando el Estado se atrofia, en razón a que el gobierno no cumple con sus responsabilidades, por motivo de que las autoridades se corrompen, entonces deja el Estado de funcionar y prevarica a sus deberes fundamentales y, así, deja de operar la lícita distribución de la riqueza, presentándose un peligroso vacío que puede llenarlo, incluso como ya ha sucedido, el crimen organizado.
        Y esos aparatos delincuenciales suelen comportarse de manera muy similar a las autoridades que representan al gobierno, y al Estado.
        Como también, las grandes organizaciones criminales acostumbran ejercer actos, y montar métodos y sistemas, parecidos a los de las grandes empresas internacionales; y éstas, como los Estados, los gobiernos y las autoridades, tienden a copiar a aquéllas.
        Todo el sistema mundial, en donde se encuentra México, está metido en esa dinámica de retroalimentación, tan atrozmente perverso.
        Si los gobiernos de los países poderosos tienen su G20, las empresas transnacionales tienen el suyo, y las mafias delictivas no quedan  atrás.
        Por ejemplo, en nuestro país podemos observar en la vida cotidiana como los antiguos ricos tienen que convivir, en asociaciones, en escuelas de todos los niveles educativos, en clubes deportivos, en nuevos y elegantes fraccionamientos, en templos, en  supermercados, en reuniones sociales, con nuevos ricos cuya reciente fortuna es inexplicable bajo el rigor de la legalidad vigente, pero evidente en la dramática realidad imperante.
        Mejorar la distribución de la riqueza es excelente propósito, pero a través de los organismos, normas y procedimientos, legales.
        Al no cumplir con sus obligaciones en esta materia el Estado y los empresarios, lamentablemente abren las compuertas para que sean otros los que realicen esa labor.
        A veces son los trabajadores organizados los que legalmente obtienen avances en esa tarea; empero, cuando también el Estado paraliza o destruye esa legal faena, genera por su irresponsabilidad esa distribución de riqueza ilícita.
        ¿Hasta cuándo las autoridades que representan al gobierno y al Estado entenderán estas realidades tan ciertas y como tan simples?