LOGOS
¿Estado, empresas, o
crimen organizado?
MEJOR DISTRIBUCIÓN
DE LA RIQUEZA
La sociedad humana, en una etapa de su
desarrollo, creó al Estado, tal cual hoy lo conocemos: una persona moral
constituida de población y territorio; y de cuya población emana la soberanía,
el gobierno y la organización jurídica.
Cinco ingredientes en pleno poder supremo
y activo (dos básicos y tres derivados de la población) son el Estado,
representado por otra persona moral: el gobierno y, éste, representado por las
autoridades, personas físicas que directamente ejercen las atribuciones del
Estado.
Dentro de esas facultades se encuentran
las que corresponden al fenómeno económico, y una parte toral de éste es la
distribución de la riqueza, es decir, de los bienes y servicios producidos por
el trabajo socialmente organizado.
Pero cuando el Estado se atrofia, en
razón a que el gobierno no cumple con sus responsabilidades, por motivo de que
las autoridades se corrompen, entonces deja el Estado de funcionar y prevarica a
sus deberes fundamentales y, así, deja de operar la lícita distribución de la
riqueza, presentándose un peligroso vacío que puede llenarlo, incluso como ya
ha sucedido, el crimen organizado.
Y esos aparatos delincuenciales suelen
comportarse de manera muy similar a las autoridades que representan al
gobierno, y al Estado.
Como también, las grandes organizaciones
criminales acostumbran ejercer actos, y montar métodos y sistemas, parecidos a
los de las grandes empresas internacionales; y éstas, como los Estados, los
gobiernos y las autoridades, tienden a copiar a aquéllas.
Todo el sistema mundial, en donde se
encuentra México, está metido en esa dinámica de retroalimentación, tan
atrozmente perverso.
Si los gobiernos de los países poderosos
tienen su G20, las empresas transnacionales tienen el suyo, y las mafias delictivas
no quedan atrás.
Por ejemplo, en nuestro país podemos
observar en la vida cotidiana como los antiguos ricos tienen que convivir, en
asociaciones, en escuelas de todos los niveles educativos, en clubes
deportivos, en nuevos y elegantes fraccionamientos, en templos, en supermercados, en reuniones sociales, con
nuevos ricos cuya reciente fortuna es inexplicable bajo el rigor de la
legalidad vigente, pero evidente en la dramática realidad imperante.
Mejorar la distribución de la riqueza es
excelente propósito, pero a través de los organismos, normas y procedimientos,
legales.
Al no cumplir con sus obligaciones en
esta materia el Estado y los empresarios, lamentablemente abren las compuertas
para que sean otros los que realicen esa labor.
A veces son los trabajadores organizados
los que legalmente obtienen avances en esa tarea; empero, cuando también el
Estado paraliza o destruye esa legal faena, genera por su irresponsabilidad esa
distribución de riqueza ilícita.
¿Hasta cuándo las autoridades que
representan al gobierno y al Estado entenderán estas realidades tan ciertas y como
tan simples?