El mejor recurso humano que nuestro
país tiene es el constituido por sus obreros, lo mismo el que es expulsado al
exterior como bracero, que quienes se quedan en nuestro territorio para generar
los bienes y servicios que aquí se producen.
Es cierto que el capitalismo
requiere de capitalistas; empero, jamás sería concebible una empresa, una
oficina, una industria, un rancho, una huerta, un comercio, un hospital, un
despacho, un consultorio, sin trabajadores.
La mano de obra, junto con el
talento, la imaginación y la inteligencia, de la clase trabajadora, es lo
fundamental para la producción. El capital, sólo, no produce ni medio centavo,
salvo la deformación que hace el sistema capitalista, que se inició como
revolucionario para acabar con el feudalismo, pero que ahora, vetusto y
contradictorio, es simplemente explotador, protervo y avieso.
En 1917 el trabajador tenía como
negrero a su patrón individualizado, salvo meritorias excepciones, las que no
abundan, pero existen. En contra de esa explotación, el constituyente aprobó la
protección a los obreros.
Hoy, en 2012, el obrero está
sobajado por un patrón que puede no tener ni rostro ni nombre, sólo es una
transnacional o una sociedad mercantil deshumanizada. Soporta, también, el
abuso de líderes sindicales. Vive, a la vez, en un medio hostil, tanto por una
mala seguridad social, una policía amenazante, una economía brutal que día a
día le reduce su capacidad adquisitiva, un gobierno adverso, y una educación
pública de dudosa calidad que no alcanza para sus hijos. Todo este mazacote
oscuro genera partes luminosas notables, que se van reduciendo
desgraciadamente.
Esas afectaciones a la clase
trabajadora, y a sus integrantes, no únicamente les viene de la política
interna mexicana, sino de las determinaciones de transnacionales poderosas,
amparadas por el gobierno de los Estados Unidos de América, quienes ejercen su
imperialismo económico a través de instituciones internacionales que manejan
globalizadamente las finanzas, fondo monetario, mercados, bolsas de valores, y
el flujo de todo tipo de recursos.
Pero dentro de esta mundialización,
México puede y debe defender a sus obreros, como lo vienen haciendo muchos
gobiernos de naciones desarrolladas.
El derecho de los trabajadores no
puede asesinarlo nadie. Sería muy idiota el patrón que pretenda tal tontería.
Quien lo haga, se suicida.
Cualquier modificación
constitucional o legal, en materia laboral, que no conduzca a que los obreros
tengan mayor ingreso, mejores prestaciones de todo tipo, superior calidad de
vida para ellos y su familia, no debe aprobarse nunca.
Son superiores los trabajadores
mexicanos a los noruegos, a los estadunidenses, a los suecos, a los
canadienses, lo que es superior en aquellos países son sus formas de
organización; por ello, los mexicanos en el extranjero son calificados como
altamente productivos.