El Presidente electo de México Enrique Peña Nieto, en el Museo Nacional de Antropología
e Historia, ante cerca de 300 personas con influencia en nuestro país,
manifestó recientemente: "un presidente no tiene amigos, el único interés
es el avance de la República, y ése será el actuar de mi gobierno".
Y agregó: "no aspiro a ser un gran orador que encante
con sus discursos, sino que aspiro a dar resultados”. Y se observa que, en
efecto, no es un gran orador; empero, sí deseamos millones de mexicanos que sea
cierto su autocalificativo de ser persona que dé buenos resultados para todos.
Sabemos que cualquier ser humano tiene amigos y enemigos,
y el Presidente de nuestro país, sea quien sea, no constituye ninguna excepción
al respecto.
Peña Nieto, por ende, ha generado en el transcurso de su
vida enemistades y amistades, teniendo derecho a conservarlas, y deber de
serles leal a ambas, sujeto a los reacomodos que la dialéctica de la vida nos
impone a todos, al hacer de algunos amigos del hoy los enemigos del mañana, y
operando a la inversa, a su vez, este sistema de los cambios.
Sin embargo, debemos entender que en esa expresión oral
Enrique Peña deseó sólo significar que en el ejercicio del poder su
administración no va a estar al servicio de sus amigos, ni va a constituir un
gabinete de cuates. Y de ser cierto, esto, el Presidente Peña Nieto comenzará
bien, siempre y cuando su equipo quede integrado por gente honesta, patriota,
capaz, y trabajadora.
Ahora, en relación a los enemigos manifiestos del
Presidente electo, debemos considerar que, no siendo pocos, resultan con
motivaciones muy superficiales y prejuiciosas, por lo que suelen expresar
generalidades cargadas de odios injustificados que fácilmente se desmoronan.
Por otra parte, los grandes Presidentes de México han
estado implicados de afectos y adversarios, pero han sabido conducir su
ejercicio con un profesionalismo por encima de las querencias y al margen de
los rencores. ¡He ahí su nobleza!
Nuestro Presidente en ejercicio Felipe Calderón Hinojosa,
por ejemplo, pierde su nivel cuando califica al senador panista Javier Corral
Jurado de Chihuahua como "un cobarde", provocando que éste le
responda con una andanada de majaderías bajunas que afectan a la investidura
presidencial, lamentablemente para todos.
¿Qué gana la Nación o el pueblo de México con este
intercambio de adjetivos injuriosos? Lo vejatorio de las palabras toca más a
quien las pronuncia que a quien se lanzan.
Un Presidente de la República debe trabajar por el bien
de todos los mexicanos, sin distingos de amigos o enemigos, sin cómplices, sin
clientes, sin socios, sin pandillas, sin nepotismos.
Si da eficaces y excelentes resultados, el Presidente
Enrique Peña Nieto será un reconocido líder, aunque no sea ni buen lector de
literatura ni gran orador. Basta con que haga bien a todos, y no haga mal a
nadie.