LOGOS
Pagés y López
LA RISITA DEL PRESIDENTE
En el mundo de la política no falta nunca un provocador;
es decir, alguien que impulsa la conducta qué de otros desea, a efecto de
aprovecharse de lo producido.
Algunos de los provocadores son histriónicos y embusteros
y, como en el juego del billar, intentan lograr la carambola de tres bandas.
Para mal de todos, el actual presidente de México es
embaucador de esa calaña.
Prueba documental pública de lo anterior es la serie de
actos de autoridad de sus casi 1300 mañaneras, tan caras como mañosas.
En la mayoría de ellas provoca a alguien, y en no pocas
comete delitos, poniendo en riesgo la seguridad pública, vías de comunicación y
correspondencia, contra la autoridad, contra la salud, contra la moral pública
y las buenas costumbres, revelación de secretos, ejercicio indebido del
servicio público, abuso de autoridad, coalición de servidores públicos, uso
indebido de atribuciones y facultades, concusión, intimidación, ejercicio
abusivo de funciones, tráfico de influencias, cohecho, peculado.
Delitos a los que se suman, los cometidos contra la
administración de justicia, contra la economía pública, contra la paz y la
seguridad de las personas, contra el honor, el patrimonio, la integridad y la
vida.
Cuando desde
su atril mañanero el presidente López se lanzó en contra del respetado periodista
Ciro Gómez Leyva, éste sufrió un atentado a su vida.
En ese
lamentable caso, como en todos los demás, el provocador es el actual presidente
de los Estados Unidos Mexicanos.
¡Qué falta
de responsabilidad presidencial!
Millones de
mexicanos temen que esa irresponsabilidad del presidente llegue a ser la causa
de atentados contra la vida de los opositores, atacados por él desde su bélica
plataforma oficial.
Por eso hubo
periodistas de renombre que, siendo las voces de la población, le hicieron un
llamado al presidente a efecto de que ajustara sus actos a nuestra Carta Magna
y a las leyes que legal y válidamente de ella emanen.
Y de
inmediato el provocador presidente llamó provocadores coludidos a Beatriz
Pagés, López Dóriga, Aguilar Camín y Riva Palacio; cada uno de ellos le contestó
al presidente en su estilo y oportunidad.
Beatriz
Pagés, certera, valiente y directa, le respondió, “Señor presidente: “… usted
utiliza autoritariamente cada mañana para difamar, insultar y dividir a los
mexicanos… lleva cinco años construyendo un ambiente de violencia política y de
odio social. Utiliza impunemente y de manera abusiva el cargo de Presidente de
la República no para gobernar… sino para perseguir voces disidentes que puedan
poner en riesgo la continuación de un proyecto político dictatorial y
destructivo”.
Prosigue
Beatriz, “Usted, como cabeza de gobierno, tiene la obligación constitucional,
política y moral de no alentar un ambiente donde pueda llevarse a cabo un
magnicidio… el primer interesado en proteger la vida de los aspirantes de la
oposición a una candidatura presidencial debería ser usted… Deje de comportarse
como un tirador que usa una posición privilegiada para eliminar a quienes
comienzan a constituirse en un riesgo para sus ‘corcholatas’… No señor
presidente, la conspiración ‘perversa’, ‘fascista’, ‘riesgosísima’ de la que
quiere responsabilizarnos, la urde usted desde hace cinco años en contra de la
nación”.
Concluyendo Beatriz: “la mentira como método de engaño y
control, usted la domina y practica plenamente. La perversidad no está en la
prensa crítica, está en las aguas negras de Palacio Nacional. Su política de
‘abrazos y no balazos’ fue pensada… para convertir a México en un paraíso de
impunidad al servicio del crimen organizado. Los cárteles son aliados
electorales de su partido… Deje de sembrar odio y violencia… cada vez más
ciudadanos se unen… para salvar al país de su gobierno, y de un presidente que
odia a México y a los mexicanos…”
Al provocador López le salió el tiro por la culata con la
firme y severa respuesta de Beatriz Pagés.
La chueca risita nerviosa del presidente López contrastó
con la seriedad e inteligencia de Beatriz Pagés
Esa risa de López es maligna, como la que presenta
Umberto Eco en su libro ‘El nombre de la rosa’, o la que analiza Aristóteles en
el segundo tratado de la ‘Poética’, la risita del mal.