LOGOS
El antimilitarismo de AMLO
AHORA MILITARIZA A MÉXICO
“Es
firme mi promesa de que regresaré al ejército a sus cuarteles”; así lo expresó
Andrés Manuel López Obrador el 6 de febrero del 2012 y el 29 de marzo del 2017.
El 1
de julio del 2019, el ya presidente López Obrador afirmó: “Si por mí fuera, desaparecería
al ejército”.
Ese
AMLO antimilitarista, ahora militariza a México, y no sabemos si es para dañar
a las fuerzas armadas, o para entregarles el poder.
Lo
cierto es que su promesa quedó quebrantada, y a su proyecto le impuso un giro
de 180 grados.
En el
Diario Oficial de la Federación del 11 de mayo del 2020 se publicó un acuerdo
presidencial para que las “fuerzas armadas permanentemente participen… en las
funciones de seguridad pública… sin que dicha participación exceda cinco años…”
Y, cada
día que pasa, inconstitucionalmente el presidente AMLO les otorga a las fuerzas
armadas, a través de simples acuerdos administrativos, nuevas atribuciones,
violando con ello a nuestra Carta Magna, la que protestó cumplir y hacer
cumplir, y la que en su artículo 129 ordena: “En tiempo de paz, ninguna
autoridad militar puede ejercer más funciones que las que tengan exacta
conexión con la disciplina militar”.
En
tiempos de paz estamos, ya que en México no se han restringido ni suspendido
ningún derecho humano garantizado, conforme al artículo 29 de la constitución federal,
desde la Segunda Guerra Mundial.
Sabemos que nuestra constitución es la
máxima norma jurídica de nuestro país, y que un simple acuerdo presidencial no
pude ni debe violarla, ya que tiene principio de inviolabilidad establecido en
el artículo 136 constitucional.
Pero,
si realmente urge y es necesario que las fuerzas armadas intervengan en la
seguridad pública, suspendamos y/o restrinjamos los derechos humanos garantidos
que correspondan, o que el constituyente permanente modifique nuestra
constitución. Eso sí, todo apegado estrictamente a derecho.
El
ejército, la fuerza aérea y la marina, merecen nuestra consideración, respeto y
aprecio. No permitamos que, en el fondo, se les falte al respeto.
Las
fuerzas armadas son de lo mejor que tenemos, en cuanto resultan fiel reflejo de
lo óptimo de nuestra población. Están estructuradas por mexicanos legalmente
armados para salvaguardar la soberanía del país.
Si el
presidente de la república, como su máximo jefe, las pone a trabajar de
policías (a construir como albañiles el aeropuerto de Santa Lucía, a edificar
dos mil setecientas sucursales del Banco del Bienestar, a trabajar en un tramo
del tren maya, a concluir la obra de 32 hospitales en abandono, a hacerle
frente a la emergencia sanitaria del covid19, a auxiliar en el programa de
sembrando vida, a fabricar uniformes para personal de salud y para burócratas,
a operar nuestras aduanas y puertos), pronto se puede provocar un desajuste
peligroso en México.
A como
va, AMLO puede nombrar secretario de Hacienda a un general, secretario de
Educación a un Almirante, secretario de Relaciones Exteriores a otro general,
secretario de gobernación a otro almirante, y así contar con un gabinete
presidencial castrense.
México
ha tenido presidentes militares, con alto grado de civilidad, pero en la vida
real, nuestro militarismo ha sido muy a la mexicana.
Recordemos
que el poder corrompe a los humanos, a más no poder; y los civiles y los
militares son humanos.
El
presidente AMLO, limitado y soberbio, es capaz de concluir su mandato con una
frase: después de mí, el diluvio.