miércoles, 26 de septiembre de 2012

Morelos, el Legislador LA LEY ES SUPERIOR A TODO HOMBRE

                 La narración histórica de los hechos por parte de Carlos María de Bustamante siempre la he apreciado cargada de subjetivismo; sin embargo, en su trasfondo existen cosas de un realismo indiscutible. Tal es su carta dirigida el 4 de enero del año 1814 al “Señor Generalísimo don José María Morelos”.
            En ella expresa su sentir sobre el trauma del desastre militar ocurrido a las fuerzas militares encabezadas por Morelos en la ciudad de Valladolid en las jornadas del 23 y 24 de diciembre del 1813: “La experiencia ha hecho ver que nuestras tropas no están todavía en estado de batirse campalmente con tropas tácticas europeas, pues para esto necesitan recibir una disciplina y aprendizaje que las circunstancias no han permitido darlas… su ejército, el cual, apostado ventajosamente, gastará insensiblemente la fuerza que le ataque hasta la llegada del ejército anglo-americano… le aconsejé que ni… emprendiese cosa alguna sin el auxilio de los anglo-americanos, de quienes necesitamos para ser libres, así como ellos necesitan de los franceses… Creo que todo lo que sea desviarse de estos principios, será perderse o exponerse”.
            Recordemos, con esto, que el deseo ferviente de José María Morelos era que la Constitución se aprobara y se firmara en Valladolid por parte del Congreso del Anáhuac, aquella que fue firmada y aprobada en Apatzingán después de la derrota militar que sufriera en su propia tierra el Siervo de la Nación, en donde perdió, conforme a su propia confesión, uno de sus preciados brazos: Mariano Matamoros y Guridi.
            Y es que la técnica militar de Morelos, tan apreciada en el exterior de la Nueva España, era artesanal, apropiada para las zonas agrestes, de tipo guerrillero, eficaz para destruir a un sistema, pero no para sostener a la estructura gubernativa de una nueva organización nacional, y por eso consideraban algunos que era indispensable el auxilio del ejército gringo. Claro que el señor Morelos dejó de traer, tras sí, muchedumbres al tipo de Miguel Hidalgo; su ejército fue de soldados, en unidades no mayores a los mil o tres mil elementos, pero faltándoles, por razones obvias, la eficacia del arte de la guerra de esos tiempos. Por eso con menos soldados Iturbide y Llano lograron vencerlos en las inmediaciones de Valladolid, provocando su retiro de esa plaza.
            Ante esa derrota Ignacio López Rayón señaló con crueldad inusitada: “… es conveniente mandar a Morelos a decir nuevamente misa…”, porque no era el señor Morelos el que estaba fracasando, sino la nueva forma de organización que tomó la insurgencia, la que no correspondía a las exigencias de aquel momento bélico: quitarle el mando unipersonal a Morelos, para entregar el Supremo Congreso a José Sotero Castañeda, el Supremo Gobierno a Ignacio Alas, y el Supremo Tribunal de Justicia a José María Ponce de León.
            Empero, ante la pérdida de su caudillaje, Morelos fue congruente a su ideal de legalidad, aceptando sólo ser, con un puñado de hombres, custodio del gobierno insurgente establecido.