LOGOS
Cárcel
a los expresidentes
CIRCO
DE CINCO PISTAS
El eje de todo para el presidente Andrés
Manuel López Obrador es lo electoral. Todo gira en torno a elecciones.
Ese epicentrismo erróneo, su limitación
cognitiva y su agreste educación, anclan a AMLO en la medianía productora de
chacales, como con acierto lo denuncia Beatriz Pagés, apercibiéndole de que él
también será juzgado.
Andrés
Manuel está feliz de que su mediocridad y las fuerzas conservadoras y
neoliberales de México (sumadas a las de EU de Trump) lo hayan puesto en la
presidencia de la república.
AMLO no lo entiende, y cultiva el mito
de que “el pueblo” lo apoya y lo idolatra, y de que él le sirve.
Y ese mito, en inicio, lo hizo suyo una
multitud ávida de creer en alguien, pero ese mito carece de sustento real, ya
que (en todo tiempo y lugar humano) quien tiene la fuerza tiene el poder, y la
gente lo sigue para obtener algo: limosnas, becas, dinero, migajas.
Así el poderoso domina y puede auxiliar
y/o destruir a los otros.
Desde hace 10 mil años nuestros
antepasados, los homo sapiens, con su fuerza vencieron y aniquilaron (casi sin
mezclarse) a otros humanos: cromañones, neandertales, denisovanos, soloensis.
La fuerza humana, en el amplísimo
sentido de esa palabra (físico, económico, estético, jurídico, ético, mítico, lingüístico,
cultural, político, educativo, etc.), organiza, toma y ejerce, el poder, sobre
los demás, a través de un homo, llamado guía de horda, jefe de tribu, cacique,
rey, emperador, papa, primer ministro, líder, presidente, secretario del
partido, u otro nombre.
Ahora, en este año 2020, el homo sapiens
sigue siendo un gran alocado que genera problemas; pero, también puede ser (con
capacidad, trabajo y honradez) un certero y gran creador de soluciones.
Un problema del homo (individuo-social
en todas las épocas y sitios) es la sucesión del poder en el núcleo humano, lo
mismo entre mayas, germanos, aztecas, hebreos, chinos, purépechas, árabes,
ingleses, tarahumaras, franceses o zapotecos.
En México, desde su inicio como nación
independiente (27 septiembre 1821), los que tuvieron la fuerza genérica, y por
ende el poder, dominaron y explotaron a la población constituida de individuos,
nombrándola ficciosamente “pueblo” y, erigiéndose esos poderosos en gobierno.
La historia registra diversas formas de
sucesión, en la ficción legislativa y en la realidad: matando al líder,
exiliándolo, encarcelándole.
Y el desarrollo de nuestro sistema
presidencial a partir de la constitución de 1917, con su adaptación real y después
de muchos asesinatos, impuso en México un partido político poderoso con tres
nombres sucesivos (PNR, PRM y PRI), estructurado como si fuese un enorme
fuselaje de un avión, en donde todos cabían, con sus dos alas: los partidos de izquierda
y los partidos de derecha, para obtener estabilidad.
El partido oficial era todo un entero. Ahí
el presidente, desde Lázaro Cárdenas del Río, escoge (no al presidente sucesor),
sino al candidato a la presidencia del partido oficial, ya que el presidente es
el jefe nato de las fuerzas armadas y del partido político en el poder.
Ese “pueblo” ficción era libre de votar
por cualquier candidato, pero el peso del poder y de la fuerza orientaba al
voto.
Así, el presidente en turno elegía
sucesor y verdugo, ya que quien accedía al poder, con esa fuerza, podía ser
generoso con el ex, o castigarlo.
Desde el pedestal presidencial se maneja
al país, para bien y/o para mal.
Hoy es lo mismo, salvo que las
limitaciones del presidente López Obrador lo llevan a tratar de destruir el
pedestal donde se encuentra sustentado. Lo que implica que él mismo se va a
derribar, con serios riesgos para México.
El poder corrompe, y el poder
presidencial corrompe presidencialmente, a unos más, a otros menos, pero al
final pervierte.
Llega a grado de querer llevar a la
cárcel a todos los expresidentes que viven: Salinas, Zedillo, Fox, Calderón,
Peña; o a exhibirlos, humillarlos, debilitarlos, por ventajosa maldad o simple
venganza. Sólo excluye a Echeverría en sus cerca de 100 años.
No busca AMLO la justa aplicación del
derecho, pues con Peña, y en relación con Lozoya, supuesto delincuente premiado
por López Obrador, éste dijo: “Exhiban ante el pueblo los videos y grabaciones
de Lozoya. Sacrifiquen esas pruebas de juicio, pues al parecer tienen poco
valor. Publicítenlas para purificar la vida del país”.
AMLO no entiende qué son los valores y
la purificación; confunde a Vicente Guerrero con José María Morelos. No sabe discernir
sobre los sentimientos de la nación.
¿Qué pasaría si el expresidente Peña
dijera públicamente de dónde se sacó el dinero para pagar la campaña de AMLO?, ¿a
qué compromisos llegaron AMLO y Peña para ponerle un candidato muy débil,
debilitándole al otro, inventándole 30 millones de votos a favor, y entregándole
el poder un día después de la elección?
La corrupción no se acaba montando un
circo de cinco pistas para exhibir ante el mundo nuestra asquerosa porquería.
Urge seriedad, responsabilidad y
eficacia, para reducir drásticamente la corrupción nuestra de todos los días.