La lingüística oficial les
denomina CERESO, o CEFERESO, para abreviar el nombre de centro de readaptación
social, bajo la política penitenciaria de que el Estado Mexicano es capaz de,
con educación y trabajo, readaptar a todos los delincuentes que ahí llegan para
cumplir con la ejecución de una sentencia ejecutoria.
Eso es en teoría y respecto al
nombre de esas cárceles, ya que la realidad es otra cosa, puesto que dentro de
esas penitenciarias no hay ni proceso educativo ni posibilidad de un trabajo
digno ni signo alguno de readaptación.
Son, por el contrario,
verdaderas escuelas del crimen, sucio reflejo de una sociedad enferma, que
demanda de una cirugía mayor.
Es doloroso lo que acontece en
las cárceles de México; y si bien es cierto que en algunos países acontecen por
igual cosas espeluznantes, esto en nada nos sirve de alivio ni de justificante.
Todo el mundo ha estado al
pendiente de los hechos violentos, y criminosos, de la penitenciaría de Apodaca
en el estado de Nuevo León. Primero una masacre de 44 reclusos. Después una evasión de
más de 30 delincuentes de alta peligrosidad. Posteriormente la detención de
algunos de los supuestos responsables, quienes ejercían como autoridades. Para
enseguida trasladar a 400 reos a otras penitenciarías; y, finalmente, la
violencia de los reclusos que se quedaron al incendiar todo lo que encontraron,
aunado a los choques que la policía tuvo con los parientes a las afueras de tal
reclusorio.
Todo lo anterior denotando lo organizado del crimen, y
exhibiendo lo desorganizado del gobierno.
Y que peligroso es que un gobierno sea incapaz de
readaptar a los delincuentes, a efecto de que, al cumplimiento de sus penas, sean
reinstalados en sus comunidades como gente ya rehabilitada.
Pero al no poder el gobierno efectuar esta
rehabilitación, lo que queda es instaurar la pena de muerte. ¿Qué se puede
hacer con alguien que, siendo delincuente de alto peligro, no sea
rehabilitable?, o, ¿qué se puede y debe hacer con un gobierno que no es capaz
de rehabilitar a los delincuentes?
Mas cuando la sociedad se encuentra en un decadente
proceso de ilicitudes, ¿de qué sirve reeducar a un delincuente para insertarlo,
sano, en una comunidad en hervor criminal?
La tarea que los mexicanos tenemos por delante no es
fácil, pero tampoco es imposible. una de las raíces de esta descomposición nos
viene del exterior, y otra parte de la etiología es interna.
Estas dos conjuntos de rizomas deben ser estudiados con
responsabilidad y precisión, a efecto de atacarlos con eficacia, al mismo
tiempo que se aplican otras medidas.
Para lo anterior, nada ayuda el que el secretario de
gobernación Alejandro Poiré diga que "nuestras penitenciarías son
seguras".