LOGOS
Humanidad
en la Justicia
TODA
NOCHE TIENE AMANECER
La palabra “cosmos” es hermosa. Su
origen griego significa orden. Sin orden habría caos y, en estas perturbaciones
extremas, no hay lugar al humanismo ni a la libertad ni a la democracia, ni a
la igualdad ni menos a la justicia.
Los seres humanos de frente a todo el
cosmos (en nuestra finitud significada o insignificante) somos producto de ese
orden, y formamos parte de él.
Los primeros homínidos, nuestros más
remotos antepasados, acecharon el ordenado desarrollo de la vida vegetal, el
concierto en el comportamiento de animales, y la armoniosa caminata de los
astros en el cielo.
Por instinto, primero, y después con
primitivismo reflexivo, el homo sapiens imitó, con variadas ventajas sucesivas
ese orden natural, e inició su cultura.
Esa es la profunda raíz de lo que más
tarde (desde el siglo X antes de nuestra era) los griegos llamaron “nomos”; o
sea, las normas o las leyes que dirigen la conducta de los humanos.
Lo que he explicado, corresponde a la
materia que han venido manejando, a través de los siglos, nuestros congéneres
interesados en la familia normativa, integrada, ésta, por preceptos religiosos,
morales, técnicos, urbanísticos, jurídicos, mezclados entre sí,
indiferenciadamente, hasta la llegada del renacimiento.
En el siglo XVI, la humanidad empezó a
separar esas normas; y los preceptos jurídicos se hicieron preponderantes. A
partir de ahí inició la abogacía como una profesión.
El foro de abogados del México actual,
no es una nota sin pentagrama ni una isla inasible y sola; por el contrario,
forma parte integral de nuestra sociedad, y conlleva los defectos y las
virtudes de los 126 millones de mexicanos.
Siendo así, en nuestro país tenemos un
rico patrimonio de honradez, dignidad, capacidad laboriosa y valor; pertenencia
que también está mal distribuida.
Entre más indigna, inepta, floja,
corrupta y cobarde, es la gente que ejerce el poder (salvo raras excepciones),
a la población nacional le toca sostener la probidad, el decoro, el trabajo
inteligente y la intrepidez, que les falta a los funcionarios.
Los abogados, dentro de ese esquema
real, debemos pensar, expresar y actuar, en conciencia y para el mundo de lo
concreto, sin que esto signifique que las abstracciones no puedan ser
herramientas válidas para aplicaciones específicas y determinadas.
Ejemplificaré.
El presidente Andrés Manuel López
Obrador en sus enfermizas contradicciones (a las que siempre pretende sacarles
ventaja) propuso una consulta de si se enjuicia o no a los 5 expresidentes que
lo antecedieron. Armó su texto de propuesta, pero eso sí, dejó claro: él
votaría para que no se les enjuiciara.
La ciudadanía y los abogados observan
que ahí hay gato o ganso encerrado; pues para que promover algo, si él mismo va
a votar en contra.
Esa consulta llegó a la Suprema Corte de
Justicia de la Nación, y ésta resolvió modificar radicalmente el texto
propuesto, colocando una literalidad absurda: “Estás de acuerdo o no… en emprender
un proceso de esclarecimiento de las decisiones políticas tomadas en los años
pasados por los actores políticos…”
Esa ridícula consulta está costando más
de 500 millones de pesos.
De que nos sirve un proceso de
esclarecimiento, si lo importante es que si alguien debe algo lo pague, con su
patrimonio y/o con su libertad.
Y no dice a qué decisiones políticas se
refiere: ¿militares, económicas, culturales, religiosas, electorales o
educativas?, o de qué naturaleza; porque no hay políticas puras ni políticas
políticas, sino siempre la política es sobre algún fenómeno social.
¿Cuáles son los años pasados? ¿1324,
1519, 1695, 1810, 1857, 1917? Podría también ser el año 2019, o el 2020, pues
también son años pasados, y millones votarían porque se esclarezcan las
corrupciones e ineptitudes de López Obrador, pues él, por su acaparamiento, es
el único actor político.
Lo mejor, lo recomendable, es no votar
en esa consulta, para no prestarse a la farsa. Reprobemos a la administración
actual no votando.
Y recordemos que no hay crepúsculo, al
que el destino no le depare una aurora.